Angélica Santa Olaya
Alicia tomó entre sus dedos la pequeña figurilla de madera que tanto la había molestado al otro lado del espejo.
—La convertiré en un gatito de Chester. ¡Eso haré! —dijo, y sacudió la figura hasta borrar de su rostro la sonrisa. Luego, aplicando toda la fuerza de que sus pequeñas manos eran capaces, separó la cabeza del resto del cuerpo y se relamió de gusto imaginando a la reina como una arrugada, peluda y solitaria cabeza de ahora en adelante.
Con gran delicadeza tomó la taza de té y mordisqueó un trozo de pan al que había untado con mantequilla porque, como ya había dicho alguna vez, no le interesaba la mermelada.
Alicia tomó entre sus dedos la pequeña figurilla de madera que tanto la había molestado al otro lado del espejo.
—La convertiré en un gatito de Chester. ¡Eso haré! —dijo, y sacudió la figura hasta borrar de su rostro la sonrisa. Luego, aplicando toda la fuerza de que sus pequeñas manos eran capaces, separó la cabeza del resto del cuerpo y se relamió de gusto imaginando a la reina como una arrugada, peluda y solitaria cabeza de ahora en adelante.
Con gran delicadeza tomó la taza de té y mordisqueó un trozo de pan al que había untado con mantequilla porque, como ya había dicho alguna vez, no le interesaba la mermelada.