Escuer y Bernal

20 de octubre de 2011

EL DEUNKOZA

Edgar Omar Avilés


Apurar los pasos, llegar cuanto antes al taller de narrativa.

Bien asida bajo el brazo la tarea: un cuento que dejará admirados a todos, aún a sus más férreos detractores. Durante un mes gestó -entre libros, ensoñaciones, mucho café, borradores y desvelo- las mil trescientas cuarenta y siete letras de su obra, soberbiamente original.

Llega agitado de tanto correr a la puerta del salón. Con un pañuelo que saca de la bolsa de su camisa se retira el sudor de la frente. Revisa por última vez el texto y abre la puerta. Todos están sentados alrededor de una mesa circular. Dirige sus pasos muy lento, hacia el único lugar vacío. No saluda. Se sitúa junto a su silla. Permanece de pie.

-Creo que ahora reconocerán mi superioridad literaria -comunica a sus compañeros; De forma arbitraria comienza con la lectura: -"El Deunkoza" -dice inflamado de orgullo. Todos extrañados piden al unísono nuevamente el título.

-"El Deunkoza" -reitera con un timbre aun más pedante. Su compañero de la izquierda le arrebata el texto para poder examinarlo: termina de hacerlo con la mirada torva, perdida. Las hojas son arrancadas de aquellas manos. Se repite el proceso, con las mismas consecuencias, en sentido horario. Hasta que la tarea llega otra vez con su dueño. Un silencio estremecedor se desliza por el recinto. Jamás imaginó que su cuento fuese tan impactante.

-Al parecer desconozco los límites de mi genio -dice vomitando ego. Sin embargo también su mirada se pierde, cuando sus nueve compañeros y el maestro arrojan al centro de la mesa sus cuentos. En todos ellos se lee por título: "El Deunkoza", y sin duda cada uno está compuesto por mil trescientas cuarenta y siete letras.

14 de octubre de 2011

LILY DE LOS VALLES

Sofía Alvarado


Soñé con un rostro que no había vuelto a ver desde mi infancia. Tenía unas facciones bellísimas y moviendo sus labios delgados, parecía estar diciéndome algo que, sin embargo, yo no podía escuchar.

Cuando desperté, estaba confundida y mi cabeza me mataba. Perezosamente, conseguí llegar hasta el baño, donde lo noté por primera vez. Justo en el lagrimal de mi ojo, muy bien acomodado, surgía un brote verdoso. Extrañamente, su aparición no me inquietó, o por lo menos no como debió haberlo hecho. Con un movimiento rápido, lo arranqué de su lugarcito y lo sostuve entre mis dedos, escudriñándolo, y llegando a la conclusión de que ya había visto algo como eso antes… Pero sin recordar dónde…

Durante todo el día, el asunto no volvió a mi cabeza... Había comenzado a trabajar durante el verano, para conseguir algo de dinero extra. Y aunque se trataba de una simpleza, ocupaba mi mente lo suficiente como para no poder divagar demasiado.

Esa noche, volví a soñar con aquel rostro. Aún no podía interpretar lo que me decía, pero por lo menos ahora comenzaba a recordar quién era.

Lily…

Así se llamaba. Era una amiga, eso creo. Solíamos jugar cuando yo era niña.

En adelante, cada noche soñaba con ella. Ya no era sólo su rostro, comencé a recrear en mi cabeza aquellos días que pasábamos juntas. Dormir se convirtió en una especie de adicción. Y, cada mañana, yo despertaba con más y más brotes surgiendo de mi ojo izquierdo. Llegó un momento en el que dejé de arrancarlos y les permití que crecieran como se les viniera en gana; de todos modos, nadie a mi alrededor parecía extrañarse al verlos surgir en un lugar tan incómodo y poco conveniente. Sólo yo les daba especial importancia.

La cabeza no dejaba de palpitarme durante todo el día. Acompañando el dolor, un insoportable zumbido retumbaba en mis oídos. Había pensado en contarle a mi madre, para que me llevara con el doctor, pero extrañamente lo olvidaba. Las molestias sólo se detenían en la noche, mientras dormía.

En esos momentos, nuevos recuerdos de Lily regresaban a mi mente…

Solíamos jugar juntas en mi jardín, lejos de la vista de mamá.

Escapábamos a través de un agujero, hasta un campo de flores. Recuerdo haberla conocido allí.

Cierta noche, me despertó un agudo dolor, muy distinto al de mi cabeza. Al observarme en el espejo, descubrí su causa. Un espeso arbusto de florecillas rosadas crecía y se entrelazaba en el sanguinolento desastre en el que se había convertido mi cuenca ocular, sin dejar evidencia alguna de lo sucedido al ojo allí antes habitante. Le dirigí a mi reflejo una mueca de fastidio… Antes de que se interrumpiera el sueño, finalmente había escuchado su voz, después de tanto tiempo.

Para cuando amaneció, yo ni siquiera me había molestado en limpiarme el rostro. Pasé la noche entera intentando volver a dormir, pero no pude.

No fui a trabajar. En lugar de eso, me quede en casa, rememorando y soñando despierta.

Lily… aún ahora me era fascinante. Me preguntaba, ¿qué le habría sucedido? ¿Por qué nos habíamos distanciado?

Soñé con el campo de flores. Las reconocí como aquellas que crecían en mi ojo.

Ambas estábamos sentadas. Ella tomaba mis manos y me miraba profundamente.

—Algún día volveré por ti —parecía responder a algo que yo había dicho—. Entonces estaremos juntas de nuevo.

Por primera vez, despierta, recordé algo sobre ella.

Yo tenía una muñeca de porcelana. Mi madre me la había dado y aparentemente era un tesoro familiar. No recuerdo ahora cómo era, ni si le había puesto un nombre.

Lily y yo jugábamos con esa muñeca todo el tiempo. Un día, le estrellé la cabeza contra un banco del jardín. Pero no fue accidental.

Se le rompió el lado izquierdo del rostro y se cayó su ojo de cristal. La llenamos de tierra y plantamos unas florecillas en su cráneo de muñeca.

—Le envenenaste el corazón ­—me dijo ella riéndose­—. Esas malvadas flores extenderán sus raíces hasta el corazón de la muñeca, y lo envenenarán.

Esa fue la última vez que vi a Lily.

Hacía tiempo que no vivíamos en la casa de mi infancia, por lo que no encontré demasiados recuerdos en el ático. Deseando saber más, decidí por fin hablar con mi madre, pensando que quizá ella pudiese contarme más sobre Lily y lo que solíamos hacer juntas.

Esa tarde me había sentido especialmente mal, y el zumbido parecía haber aumentado de intensidad, de manera que me era muy difícil ponerle atención, a pesar de lo interesada que estaba en sus palabras.

Comenzamos platicando de nuestro tiempo juntas, en mi niñez. Conforme hablábamos, un sentimiento de melancolía parecía crecer en mi pecho.

Le pregunté acerca de mi gran amiga de la infancia, a quien ella solía consentir de vez en cuando. Como respuesta, se rió.

—Oh, sí. Lily. La reencontré un día, mientras nos mudábamos. Pero alguien convirtió su cabeza en maceta, y tuve que tirarla a la basura.

Escuche apenas lo último que dijo, mientras el zumbido aumentaba en mi cabeza.

Perdí la conciencia.

Podía escuchar un poco de lo que sucedía afuera de mi mente. Adentro, el zumbido.

—Lo lamento ­—susurró una voz­—. El tumor es maligno… e inoperable.

Afuera, el llanto de mi madre.

Adentro, el zumbido, que ya podía interpretar... La dulce y venenosa voz de mi muñeca.

—Volví por ti.

12 de octubre de 2011