Filosas y fieras, miran el gran abismo y se detienen. Hay algo repulsivo en ese paisaje que les fascina: tal vez el olor a mar, o el brillo inusitado del colmillo izquierdo. Una
voz, más arriba, les dice que salgan de ahí lo más pronto posible o serán devoradas, pero
ninguna se mueve. El hoyo negro se acerca. Su oscuridad las envuelve. Un líquido viscoso sale de la gran cavidad, les moja los pies, las embarra, edulcora su amarga investidura. Todas se ven a sí mismas con extrañeza: no hacen nada, se dejan llevar por la corriente, calladitas, sorprendidas. La
voz grita: ¡Cuidado!, pero las palabras del adiós, casi deshechas, felices, ya
van por la garganta.