Escuer y Bernal

31 de octubre de 2010

LAS AVENTURAS DE LA INCREÍBLEMENTE PEQUEÑA Y EL EXTRAÑO CASO DEL CAMPOSANTO AL PIE DEL ÚLTIMO VOLCÁN: Una fotonovela diurna

Cristina Rivera Garza

para lrg, en octubre

a.

Entra. Ve. Esculca. Se ha hecho antes. Un cuerpo es un cuerpo porque se abre. El cielo es a veces así. Del lat. aperíere. 7. tr. Separar las partes del cuerpo del animal o las piezas de cosas o instrumentos unidas por goznes o tornillos de modo que entre ellas quede un espacio mayor o menor, o formen ángulo o línea recta. La palabras suelen unir. Pero. No obstante. Sin embargo. El objetivo no es la emoción o el consenso. El objetivo no es. Una personalidad destructiva ve encrucijadas en todos lados, alguien decía eso.

b.

Pero beber. Pero salir corriendo. La sensación de vómito sucede luego. Los órganos inversos: de arriba abajo y de abajo arriba. El camposanto, por ejemplo. Todo lo que está.

c.

Alguien habló del otoño. Decías que el tiempo ocurre y luego pasa y luego. Lo nuestro es puro mirar un insecto dorado. La mano sobre el ventanal, esa postura que es en realidad una distancia. ¿Pero es esto, de verdad, la rama de un sauce? Algo podría quedarse o reñir con el aquí. La paciencia es cosa de niños o de ancianos. La demencia, por otra parte. Tu renuencia. Mi renuncia. Lo propio del sol es caer en la tarde. Ve. Apura. Inquiere. Se ha hecho antes.


d.

El fantasma es lo que cuenta.


e.

Dentro de un sobre, en una carta escrita a mano, hay palabras que. El viento mueve molinos, ¿sabías eso? La tinta verde es como una misma raíz. Lo que desorienta es la belleza de ciertos desastres naturales. La zozobra. La frase que se parte en dos sobre un papel muy fino. He ahí el espejo. ¡Mira este súbito latir! Mira la glándula. La muñeca.

f.

Érase que se hubiera. Habría sido. Será. Todo empieza alguna vez así.

g.

Diríase que hay mucho tiempo aquí. La oración es una oración porque se abre. La puerta. La ventana. La lata de conservas. Carcomer es algo que, en un principio, ocurre en las orillas. Manténte al acecho. Avizora. Predica o pródiga la sangre sobre el suelo. Esto me lo sé de memoria.

h.

Des- [confluencia de los prefs. lats. de-, ex-, dis- y a veces e-]: me desdigo y desempaco y descamino con desahogo despavorido.

i.

j.

k.

l.

m.

n.

ñ.

Pero existe, eso. El fin. Existe la expulsión. Existe salir a gatas de entre los labios de un muerto.

o.

p.

Mi colección de sonidos: El trueno que parte el cielo en dos; el graznido de los cuervos al irse; los goterones de lluvia contra suelo. La risa de los niños. El batir de ciertas alas. La electricidad.

--crg


25 de octubre de 2010

LOS LOCOS SOMOS OTRO COSMOS

Óscar De la Borbolla

Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: "No doctor, no... loco no..." Sor Socorro lo frotó con yodo: "Pon flojos los codos -rogó-, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros." Sor Flor tomó los mohosos polos color corcho ocroso; con gozo comprobó los shocks con los focos: los tronó, brotó polvo con ozono. Rodolfo oró, lloró con dolor: "No doctor Otto, shocks no..." Sor Socorro con monótono rostro colocó los pomos: ocho con formol, dos con bromo, otros con cloro. Rodolfo los nombró doctos, colosos, con dolorosos tonos los honró. Como no los colmó, los provocó: "Son sólo orcos, zorros, lobos. ¡Monos roñosos!" Sor Flor, con frondoso dorso, lo tomó por los hombros; sor Socorro lo coronó como robot con hosco gorro con plomos. Rodolfo con fogoso horror dobló los codos, forzó todos los poros, chocó con los pomos, los volcó; soltó tosco trompón, sor Socorro rodó como tronco. "¡Pronto, doctor Otto! -convocó sor Flor-. ¡Pronto con cloroformo! ¡Yo lo cojo!..." Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró.

Otto, solo con Rodolfo, rogó como follón, rogó con dolo: "Rodolfo... don Rodolfo, yo lo conozco... como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo dolor... Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo...

-No, doctor. No -sopló ronco Rodolfo-. Los shocks no son modos. Los locos no somos pollos. Los shocks son como hornos; son potros con motor, sonoros como coros o como cornos... No, doctor Otto, los shocks no son forzosos, son sólo poco costosos, son lo cómodo, lo no moroso, lo pronto... Doctor, los locos sólo somos otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos lo otro, lo no ortodoxo. Otro horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, como formó los olmos o los osos o los chopos o los hongos. Todos somos colonos, sólo colonos. Nosotros somos los locos, otros son loros, otros, topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo...

Rodolfo monologó con honroso modo: probó, comprobó, cómo los locos sólo son lo otro. Otto, sordo como todo ortodoxo, no lo oyó, lo tomó por tonto; trocó todos los pros, los borró; sólo lo soportó por follón: obró con dolo. Rodolfo no lo notó. Otto rondó los pomos, tomó dos con cloroformo, como molotovs los botó. Rodolfo con los ojos rotos mostró los rojos hombros; notó poco dolor, borrosos los contornos, gordos los codos; flotó. Con horroroso torzón rodó con hondo sopor. Rodolfo soñó. Soñó con rocs, con blondos gnomos, con pomposos tronos, con pozos con oro, con foros boscosos con olorosos lotos. Todo lo tocó: los olmos con cocos, los conos con oporto rojo, los bongós con tonos como Fox Trot. Otto lo forró con tosco cordón, lo sofocó. Rodolfo sólo roncó. Sor Socorro tornó con poco color. Sor Flor con bochorno tomó ron: "Oh, doctor -lloró-, oh, oh, nos dobló con sonoro trompón." Otto contó cómo lo controló.

-Otto, pospón los shocks -rogó sor Socorro.

-No, no los pospongo. Loco o no, yo lo jodo. No soporto los rollos... Pronto, ponlo con gorro.

-¿Cómo, doctor -notó sor Flor-, ocho volts?

-No, no sólo ocho. ¡Todos los volts! Yo no sólo drogo, yo domo... Lo domo o lo corrompo como bonzo.

-¡Oh no, doctor Otto!, como bonzo no.

-¡Cómo no, sor Socorro! Nosotros no somos tórtolos o mocosos; somos los doctos... ¡Ojo, sor Socorro! No soporto los complots...

Otto con morbo soltó todos los volts, los prolongó con gozo. Sor Socorro con sonrojo sollozó. Sor Flor oró por Rodolfo. Rodolfo roló como mono, tronó como mosco. Otto lo nombró: "Don gorgojo", "loco roñoso", "golfo". Rodolfo zozobró con sonso momo. Otto cortó los shocks.

20 de octubre de 2010

LA SUEÑERA

Ana María Shua



Tres gritos

El primer grito me alza la piel en un estremecimiento verde. El segundo grito se me hunde en los ojos y es una brasa. Al tercer grito reconozco mi voz y me despierto. ¿Qué viste?, me preguntan. Ojalá lo supiera, contesto yo. Pero es mentira.



La última oveja

Para poder dormirme, cuento ovejitas. Las ocho primeras saltan ordenadamente por encima del cerco. Las dos siguientes se atropellan, dándose topetazos. La número once salta más alto de lo debido y baja suavemente, planeando. A continuación saltan cinco vacas, dos de ellas voladoras. Las sigue un ciervo y después otro. Detrás de los ciervos viene corriendo un lobo. Por un momento la cuenta vuelve a regularizarse: un ciervo, un lobo, un ciervo, un lobo. Una desgracia: el lobo treinta y dos me descubre por el olfato. Inicio rápidamente la cuenta regresiva. Cuando llegue a uno, ¿logrará despertarme la última oveja?



Adivina adivinador

Sé que en el fondo de la taza, la borra de café dibuja mi destino. Para llegar a conocerlo bebo durante horas, durante días enteros el líquido que lo oculta. El líquido es oscuro, inextinguible. Beberlo para siempre es mi destino.



El zumbido y el miedo

Con una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo separa las mandíbulas y desnuda sus colmillos amarillos. Un curioso zumbido perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo. El dentista también.



Los peligros del mar

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡Cuidado con el bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán, ¡Abatid el palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.



Débiles, oscuras y numerosas

De los rincones brotan, de sus pequeñas madrigueras. Son débiles y desagradables, oscuras y numerosas. Tienen antenas. Se alimentan de mi propio alimento. Y ojalá pudiera llamarlas cucarachas.



Lucha contra el pecado

Porque mi mano derecha escandaliza, la corto y la arrojo fuera de mí. Ella camina muy oronda sobre sus cinco patitas por toda la casa y, lo que es más grave aún, sigue escandalizando.



Microcosmos

En el mundo hay un señor que es Dios sin saberlo. Su poder, sin embargo, no es absoluto. Sus deseos, sus fantasías, sus más vagas intenciones se realizan de un modo que parece arbitrario por estar sujeto a leyes desconocidas, aunque naturales. Sus secreciones estomacales provocan, por ejemplo, ríos de lava en algún lugar de la tierra. Su mal humor desencadena guerras. Procesos más sutiles que tienen lugar en cada una de sus células o sus cabellos rigen la vida privada de los hombres. Ese señor no es inmortal. Cuando muera es posible que sus poderes sean transferidos a otros por nacer. También es posible que el mundo desaparezca por completo, pero eso no lo sabremos nunca.



La puerta cerrada

Detrás de una puerta cerrada es posible encontrar los más inverosímiles horrores y también extraordinarias formas de la felicidad. Cuando la puerta se abre, el número de posibilidades, que era infinito, se reduce a uno y entramos, por ejemplo, en un baño (es lo más común) o en nuestro propio dormitorio. Y cómo probar que esa realidad que se alza sólidamente ante nuestros ojos es la misma que nos aguardaba, agazapada, cuando estábamos tan cerca pero fuera de ella, detrás de esa puerta que volveremos a cerrar al salir para permitir una vez más el auge y decadencia de los innumerables universos.



Desenmascarar al culpable

De acuerdo a las más rigurosas tradiciones, las doce de la noche es la hora de quitarse las máscaras. Y sin embargo ya es casi de mañana, el baile ha terminado y yo sigo aquí, en el salón sin espejos, quitándome las máscaras, las máscaras, las máscaras.

19 de octubre de 2010

EL SUEÑO INFINITO DE PAO YU

Tsao Hsue-Kin


Pao Yu soñó que estaba en un jardín idéntico al de su casa. ¿Será posible, dijo, que haya un jardín idéntico al mío? Se le acercaron unas doncellas. Pao Yu se dijo atónito: ¿Alguien tendrá doncellas iguales a Hsi-Yen, Pin-Erh y a todas las de casa? Una de las doncellas exclamó:

-Ahí está Pao Yu. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?

Pao Yu pensó que lo habían reconocido. Se adelantó y les dijo:

-Estaba caminando; por casualidad llegué hasta aquí. Caminemos un poco.

Las doncellas se rieron.

-¡Qué desatino! Te confundimos con Pao Yu, nuestro amo, pero no eres tan gallardo como él.

Eran doncellas de otro Pao Yu.

-Queridas hermanas -les dijo- yo soy Pao Yu. ¿Quién es vuestro amo?

-Es Pao Yu -contestaron-. Sus padres le dieron ese nombre, que está compuesto de los dos caracteres Pao (precioso) y Yu (jade), para que su vida fuera larga y feliz. ¿Quién eres tú para usurpar ese nombre?

Se fueron, riéndose.

Pao Yu quedó abatido. "Nunca me han tratado tan mal. ¿Por qué me aborrecerán estas doncellas? ¿Habrá, de veras, otro Pao Yu? Tengo que averiguarlo".

Trabajado por esos pensamientos, llegó a un patio que le pareció extrañamente familiar. Subió la escalera y entró en su cuarto. Vio a un joven acostado; al lado de la cama reían y hacían labores unas muchachas. El joven suspiraba. Una de las doncellas le dijo:

-¿Qué sueñas, Pao Yu, estás afligido?

-Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron y me dejaron solo. Las seguí hasta la casa y me encontré con otro Pao Yu durmiendo en mi cama.

Al oír este diálogo Pao Yu no pudo contenerse y exclamó:

-Vine en busca de un Pao Yu; eres tú.

El joven se levantó y lo abrazó, gritando:

-No era un sueño, tú eres Pao Yu.

Una voz llamó desde el jardín:

-¡Pao Yu!

Los dos Pao Yu temblaron. El soñado se fue; el otro le decía:

-¡Vuelve pronto, Pao Yu!.

Pao Yu se despertó. Su doncella Hsi-Yen le preguntó:

-¿Qué sueñas Pao Yu, estás afligido?

-Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron...

15 de octubre de 2010

MADRUGADA

Eduardo Casar


Madrugar: descubrir sin maquillaje el rostro de los muebles, maldecir sus esquinas para siempre en los huesos, comprobarles el bosque, observar cómo el tiempo los cubre con un musgo de luz. Madrugar: invocar el aire de los viajes, el que provoca un frío pequeño y vertical sobre la espalda, los ojos irritados, el café que le abre paso en la garganta a las palabras antes de que se vuelvan irremediablemente adiós y buenos días. Invocar el aire de los viajes premeditadamente sabiendo que no existe el avión pero sí el aire… Se trata de volverse a dormir, pero ya con el aire…

14 de octubre de 2010

EL TIEMPO CIRCULAR

Rafael Ávalos Ficacci


El Profesor García C., investigador adscrito al Instituto de Investigaciones Físico-Matemáticas de la Universidad de Tolousse, trabajó en la teoría del tiempo circular durante muchos años.

Un día, informó a sus alumnos:

-He comprobado una teoría clave del pensamiento hindú. Encontré la fórmula exacta para demostrar que el tiempo es circular. Esta máquina que inventé comprobará que el tiempo se comporta de una manera semejante a un disco fonográfico que se toca y vuelve a tocar hasta el infinito. En suma, con el objeto de ser un poco más precisos, se podría decir que el tiempo, en pequeños lapsos, se repite o se comporta como un disco rayado.

-Y para demostrar lo dicho, voy a hacer que retrocedamos 30 segundos- dijo oprimiendo un botón.

-He comprobado una teoría clave del pensamiento hindú. Encontré la fórmula exacta para demostrar que el tiempo es circular. Esta máquina que inventé comprobará que el tiempo se comporta de una manera semejante a un disco fonográfico que se toca y vuelve a tocar hasta el infinito. En suma, con el objeto de ser un poco más precisos, se podría decir que el tiempo, en pequeños lapsos, se repite o se comporta como un disco rayado.

-Y para demostrar lo dicho, voy a hacer que retrocedamos 30 segundos- dijo oprimiendo un botón.

-He comprobado una teoría clave del pensamiento hindú. Encontré la fórmula exacta para demostrar que el tiempo es circular. Esta máquina que inventé comprobará que el tiempo se comporta de una manera semejante a un disco fonográfico que se toca y vuelve a tocar hasta el infinito. En suma, con el objeto de ser un poco más precisos, se podría decir que el tiempo, en pequeños lapsos, se repite o se comporta como un disco rayado.

-Y para demostrar lo dicho, voy a hacer que retrocedamos 30 segundos- dijo oprimiendo un botón.

-He comprobado...

12 de octubre de 2010

LA HUMILDAD PREMIADA

Julio Torri

En una Universidad poco renombrada había un profesor pequeño de cuerpo, rubicundo, tartamudo, que como carecía por completo de ideas propias era muy estimado en sociedad y tenía ante sí brillante porvenir en la crítica literaria.

Lo que leía en los libros lo ofrecía trasnochado a sus discípulos la mañana siguiente. Tan inaudita facultad de repetir con exactitud constituía la desesperación de los más consumados constructores de máquinas parlantes.

Y así transcurrieron largos años hasta que un día, en fuerza de repetir ideas ajenas, nuestro profesor tuvo una propia, una pequeña idea propia luciente y bella como un pececito rojo tras el irisado cristal de una pecera.

AMOR IMPOSIBLE

Juan Antonio Masoliver Rodenas

Una mujer se enamora de un pez. Sabe que es un amor imposible y, peor todavía, pecaminoso, por lo que decide casarse con una persona respetable a la que oculta su pasión. Como todos los peces son iguales, empieza a llenar la casa de peces y peceras para olvidarse de su primer y único amor. Luego desesperada, trata de reconocerlo, sin éxito.

REINCIDENCIA

Ramón Gómez de la Serna

Dejó de fumar, pero reincidió, porque le seguían por la casa los ceniceros hambrientos.

11 de octubre de 2010

PESADILLA EN AMARILLO

Fredric Brown


Se despertó cuando sonó la alarma del reloj, pero se quedó en la cama después de haberla apagado, repasando cuidadosamente los planes para el asesinato que cometería esa noche.

Todos los detalles habían recibido una cuidadosa atención; esto sería el repaso final. Esa noche, a las ocho y cuarenta y seis minutos, sería un hombre libre, en todos los sentidos. Escogió ese momento de su cuadragésimo cumpleaños, porque era la hora exacta del día, o mejor dicho de la noche, en que nació. Su madre era muy aficionada a la astrología y, por eso, el momento de su nacimiento fue tan cuidadosamente registrado. Personalmente, él no era supersticioso, pero consideró halagador para su sentido del humor que su nueva vida empezara a los cuarenta años de edad, con precisión astrológica.

De todos modos, el tiempo corría. Como abogado especializado en administrar propiedades, pasaba por sus manos mucho dinero y, a veces, también parte se quedaba en ellas. Un año antes había tomado prestados cinco mil dólares y los empleó en un negocio que parecía un medio seguro de duplicar o triplicar la inversión, pero no fue así y perdió el dinero. Tomó prestado más dinero, para jugar, y de un modo o de otro recuperar la primera pérdida. Ahora debía ya más de treinta mil; el fraude apenas podría ocultarse algunos meses y no tenía ninguna esperanza de poder reemplazar el dinero perdido dentro de ese plazo. Se dedicó cuidadosamente a reunir todo el dinero en efectivo que le fue posible sin despertar sospechas, haciendo ajustes parciales en las cuentas encomendadas a su cuidado, y para esa misma tarde la cantidad reunida sería de más de cien mil dólares, suficiente para pasar el resto de su vida.

Nunca lo atraparían. Planeó todos los detalles de su viaje, su destino, su nueva identidad y todo estaba a punto.

Tuvo que trabajar en ello durante varios meses.

La decisión de matar a su esposa fue un pensamiento secundario. El motivo era simple: la odiaba. Adoptó esa decisión cuando tomó la determinación de no ir nunca a la cárcel, de matarse si alguna vez era apresado. Por consiguiente, dado que moriría de todos modos si lo atrapaban, no tenía nada que perder dejando tras de sí una esposa muerta en vez de una viva.

Difícilmente pudo contener la risa al pensar en lo apropiado que había sido el regalo de cumpleaños que recibió de ella con un día de anticipación: una maleta nueva. También le habló de celebrar el cumpleaños encontrándose los dos en la ciudad, a las siete de la noche, para cenar. Estaba muy lejos de saber cuál sería la continuación de la fiesta. Planeaba llevarla a casa a las ocho cuarenta y seis y satisfacer su sentido del destino quedando viudo en ese preciso momento. Había además una ventaja práctica en asesinarla. Si la dejaba viva, ella se imaginaría lo sucedido y sería la primera en llamar a la policía cuando notase su ausencia por la mañana. Muerta, no encontrarían el cuerpo de inmediato, pues antes pasarían quizá dos o tres días, lo que le permitiría obtener más tiempo.

Las cosas marcharon sobre ruedas en la oficina; para la hora en que fue a encontrarse con su esposa, todo estaba listo. Ella se entretuvo mientras cenaban y tomaban algunas copas, y él empezó a preguntarse si llegarían a casa a las ocho cuarenta y seis. Era ridículo, lo sabía, pero resultaba un hecho de la mayor importancia que el momento de su libertad fuese entonces y no un minuto después. Miró su reloj.

Fallaría por medio minuto si esperaba hasta estar dentro de la casa. La oscuridad del pórtico era perfecta para realizar el crimen. La golpeó violentamente con la culata del arma mientras ella esperaba a que abriera la puerta. La tomó en sus manos antes de que cayera al suelo y se las arregló para sostenerla con un brazo, mientras abría la puerta y entraba.

Entonces accionó el interruptor y la luz amarilla inundó el salón. Antes de que pudieran ver que su esposa estaba muerta y que él la sostenía en pie, todos los invitados a la fiesta de cumpleaños gritaron:

- ¡Sorpresa!

10 de octubre de 2010

EL FINAL

Fredric Brown


El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años.

-Y he encontrado la ecuación clave -dijo un buen día a su hija-. El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo.

Apretando un botón mientras hablaba, dijo:
-Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto- dijo, hablaba mientras botón un apretando.

-Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabricado he que máquina la.
Campo un es tiempo el. -Hija su a día buen un dijo-. Clave ecuación la encontrado he y.

Años muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado había Jones profesor el.


8 de octubre de 2010

EXTRAORDINARIO

Queta Navagómez


La gallina de los huevos de oro, de tanto empollar, tuvo un pollito. El animalillo tardó en romper el cascarón dorado. Cuando lo hizo, sacudió lentamente las áureas plumas que pesaban una enormidad. Luego intentó incorporarse, pero el agobio de las alas metálicas se lo impidió. Así estuvo, acurrucado, sin poder abrir su piquito de oro, hasta que murió de inanición.

FATUIDAD

Queta Navagómez


El emperador sabía que su nuevo traje era un fraude: no existían los hilos de oro ni las delicadas telas. Aún así, enfermo de vanidad, decidió aprovechar la oportunidad de salir desnudo ante sus súbditos, para mostrar el gran lunar en forma de corazón que tenía en la nalga izquierda, y que tanto le alababa su mujer.

7 de octubre de 2010

MOHO

Néstor Martínez


“Disculpe, joven ¿me permite sentar?” Aprieto más los ojos a ver si se cansa y se va, pero no, se queda, frente a mí con su mirada de insistencia. ¡Oh! ¿Cómo pude olvidarlo?

Tuve que abrir los ojos y ver al viejo que me rogaba por el asiento. Tenía como ochenta años, jorobado, lento, se tambaleada con cada sacudida del camión, sus manos eran una enorme mancha hepática ¡Carajo! Estaba cansado y no quería levantarme, pero todos los demás pasajeros me veían con recelo. “Sí, claro, siéntese”. Me sonrió

Cuando el viejo se levanto para bajar, se me ocurrió. “Lo ayudo”, “oh, muchas gracias, joven”, “no hay problema “. Durante el trayecto a su casa me contó su vida, infancia, esposas, nietos, hijos, bisnietos. Ahora vivía solo en una casa de una sola planta.

-¿Gusta un café?

-Sí.

Fue a la cocina y salió con dos tazas de café.

-Muchas gracias por haberme acompañado.

-No hay problema.

Desde hace años que no platico con nadie, mis hijos me dejaron y mis nietos me odian.

-Ya lo dijo.

-Oh, qué descuido.

El café sabía a calcetín sucio, me lo terminé de un trago.

-¿Le gustó?

-No.

-¿Disculpe?

-No me gusta su café.

Nunca pudo procesar qué pasó. Lo golpeé con la taza en la sien. Fue tan duro que la sangre brotó de inmediato.

-¿Por qué?

Busqué por la casa y encontré una barra de metal. Llegué a donde estaba, susurraba incoherencias.

Cuando terminé de golpearlo, el cuerpo del viejo ya no tenía forma, era una simple mancha acompañada con pedazos de músculo, huesos. Salí.

Al día siguiente todo era paz en mi cuerpo. Desayuné huevo con jamón, café y pan tostado con mermelada. Al estar bañándome vi una mancha café en mi mano. Me tallé hasta dejarme roja la piel, no se quitó. “Bueno, ya se quitará”.

El día en el trabajo fue como todos, aburrido. Llegué a las once al metro, pagué mi boleto y entré a la estación, estaba casi vacía en su totalidad Fui hasta el último vagón, al llegar el tren no había nadie.

No sé cuántas estaciones habían pasado cuando me tocaron el hombro, era una vieja que pedía limosna.

-¿Me da una moneda, joven?

-No.

-Entonces chinga tu madre.

Metí la mano izquierda a mi mochila, acostumbraba a cargar un bat pequeño por si alguien quería asaltarme. El batazo dio en su cabeza, fue como un huevo al romperse en un sartén. Le pegué a su cabeza hasta que su materia gris salpicó mi chamarra, me limpié la mano y el bat en su ropa, le tiré un peso al cadáver y a la siguiente estación salí.

Yo seguía con mi labor.

Conforme iba matando, mutilando. Mi cuerpo cambiaba. Sin embargo, no le presté importancia hasta la noche de mi último asesinato.

Seguí a un señor de noventa años que pasó junto a mí en la calle, apestaba a meados. Cuando se paró frente a una puerta e intentó abrirla me abalancé con un cuchillo en ristre, hice demasiado ruido y le di tiempo de notar mi presencia y reaccionar. Cuando llegué frente a él alcanzó a esquivar la puñalada y me empujó, caí sobre la banqueta, escuché un fuerte tronido. Él huyó en el alboroto.

Como pude me arrastré hasta mi casa.

Llegué y me metí al baño para darme un regaderazo. Al voltear al espejo, por fin vi quién era yo. Un tipo de setenta años me decía hola.

A la primera mancha le siguieron otras, hasta que mis manos parecían dos enormes lunares cafés. Después mi piel se comenzó a agrietar y mis carnes se pusieron flácidas. Mi abdomen, que en un momento fue plano, ahora era un pellejo que colgaba arriba de otro pellejo inerte.

Revisé cada detalle, mi piel estaba llena de costras, mis dientes eran negros, mi pene apenas una verruga que no reaccionaba a ningún estímulo. En mis tripas cargaba a los viejos muertos.

-¿Me da una moneda, joven?

3 de octubre de 2010

LA LÁMPARA DEL CUERPO

Raúl Motta


Rosalía tiene los ojos cerrados. Parece estar dormida debajo de una pequeña sabana café. Su cabello de muñeca cae sobre su frente en forma de rizos, está atado con un gran moño de seda amarillo. Luce un vestido de fiesta con sus zapatos blancos adornados de flores. La bella Rosalía descansa en su ataúd en una capilla de Sicilia. Murió a los dos años de neumonía. Ella es sin duda su mejor trabajo de conservación, su naturalismo es perturbador. Es una muestra de una belleza apagada que sólo la muerte puede contener.


En un principio creí que el secreto de su fórmula era la araucaria brasileña o la formalina en pequeñas porciones. Pero mis intentos por reproducir la fórmula no produjeron nunca el mismo efecto de conservación. Desde que dejé el colegio médico para convertirme en su aprendiz había visto todos los pasos del proceso de preservación y los conocía de memoria. Me había enseñado los elementos básicos del bálsamo pero sabía que me ocultaba algo, que faltaba algún ingrediente. Alfredo Salafia usaba su sangre en la mezcla. La sangre era el lóbrego secreto de su éxito y de su prestigio como embalsamador.


La noche que lo descubrí lo espiaba por el resquicio de la puerta de su estudio mientras preparaba la fórmula. Mezclaba todos los ingredientes que yo ya conocía en un recipiente alargado de cristal. Estaba seguro que se me revelaría en ese momento el ingrediente faltante. De su bolsillo sacó una navaja, con precisión realizó un corte en su muñeca izquierda dejando caer sobre el recipiente un hilo de sangre carmesí. No pude resistirlo y solté un gemido ahogado. Su mirada torva se dirigió hacia la puerta. En sus ojos no había ninguna luz, ningún espacio en blanco, eran por entero negros. Al sentir aquélla mirada, sin pensar, salí corriendo de la casa aterrado para no volver jamás.