Escuer y Bernal

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2 de abril de 2010

GOURMET

Jorge Márquez


Cayó en mi lengua lasciva la última gota. Su dulce sabor a sal se olvidó en mi paladar como un mar evaporado. Traté de exprimir todavía más la jugosa carne, convertida en un manojo de secas tripas. Pero el rojinegro vino que por azar quedaba, ya se había convertido en quebradizas manchas oscuras. Arrojé a un lado el corazón vacío y reventé entre mis dientes un ojo que parecía llorar todavía.

7 de octubre de 2009

HOUDINI

Jorge Márquez

No he logrado abrir ningún candado de mis ataduras, y no puedo dislocar mis miembros para salir por la estrecha escotilla de esta reducida caja fuerte, cuya combinación ignoro. Está dentro de otra caja que tendría primero que abrir, y a su vez... Pero el agua ya me cubre por completo, desde hace dos, tres minutos. La superficie se encuentra, a quince minutos de vigoroso nado, sin contar con las pausas necesarias para la descompresión. En mi pesada caída, debo estar llegando al fondo, donde, si tuviera la remota suerte de salir, un cardumen de hambrientas pirañas venenosas aguarda mi supuesto escape. Pero todo lo tengo fríamente calculado para huir vivo de los múltiples encierros y amenazas: escapar de este cuento...

10 de agosto de 2009

MISIÓN

Jorge Márquez

Abajo todo cambia vertiginosamente, mientras vuelo, rebasando el sonido y haciendo gritar el aire a mi paso. Si tuviera alas, ya se habrían consumido, y si mi piel fuera humana, ya sólo quedarían huesos descarnados. Inclusive el hiperdiamante de mis ojos vibra, emitiendo suaves gemidos. Tras el horizonte nada logro ver, pero no es de noche: el cielo mismo se ha calcinado. Acelero. El aire se ioniza, mi cauda supersónica no provoca solamente truenos, sino que va sembrando relámpagos y traza cicatrices de azules llamas. Pero la velocidad me impide escuchar el estruendo de mi vuelo… o el que adelante me aguarda. Atravieso un doble huracán de fuego y en sus centros –mis destinos- se extiende una calma que no me tranquiliza. He llegado demasiado tarde: Sodoma, Gomorra… solamente ceniza.

FUNERAL

Jorge Márquez

Miro el féretro por vez última, mientras desciende a la profundidad y al olvido. Sonrío discretamente mientras la tierra lo cubre como si sólo se colocara una cobija sobre alguien que duerme dulcemente. Pero ella nunca despertará, y me duele saber que no haya dulzura alguna en su abismal sueño.

Ni una sola lágrima acompaña mis mejillas. Cierro los ojos un momento, tratando vaga o tercamente retenerla en mi corazón; pero... ya está allá abajo y encerrada. Adentro y bajo tierra; pero no una tierra que sea mi barro. Encerrada, encarcelada y atrapada en una lejanía desde la que no me puede ya alcanzar.

Queda poca tierra. La pala parece moverse sola.

No volverá a tocarme, no estará más a mi lado. No dará nunca más aquel sabor ingrato a mis labios o a mis palabras. No me acompañará ya en mis desvelos, ni en mis sueños. Tampoco en mi soledad. No volveré a llamarla, ni ella me estrechará en su violento abrazo, sin dejarme ir hasta amarla con enferma obsesión. Su celosa mirada jamás se apoyará de nuevo en mi ser, ni sus palabras harán coro con mi pensamiento, soplando su silenciosa voluntad.

Espolvoreo un último puñado de polvo sobre su tumba.

Se ha ido, y yo sonrío, con la pala triunfante en mis manos, y en mis sentimientos. Luego, mi húmeda sonrisa se hace risa, y me río, y el río se vuelve mar, y me pongo a navegar sobre mi nueva dicha. Pues acabo de sepultar a mi amargura.

Que descanse en paz.

5 de agosto de 2009

EL HOMBRE-CIUDAD

Jorge Márquez


¡Cuántos morirían por causa suya! Ignoraba que las criaturas que lo habitaban serían aplastadas, se ahogarían entre mareas de sudor, o arderían por la fiebre de su agitación. Nada de eso preocupaba al hombre-ciudad: sus pensamientos ocupaban la escala de su entorno inmediato y nada sabía de la existencia al nivel de su cuerpo mismo. Ignoraba que no envejecía; tampoco necesitaba comer, pues ellos lo reconstruían, a partir de las ruinas que dejaba su negligente actividad. Constituían su carne edificios imperceptibles para un Lilliputiense; calles y drenajes eran sus venas, y al deambular por el mundo, mantenía aquel otro en constante vaivén. Y aunque los conociera, ¿qué importancia tenían seres insignificantes, que jamás vería o escucharía, mientras hacía el amor a una mujer-ciudad?