Escuer y Bernal

10 de agosto de 2009

FUNERAL

Jorge Márquez

Miro el féretro por vez última, mientras desciende a la profundidad y al olvido. Sonrío discretamente mientras la tierra lo cubre como si sólo se colocara una cobija sobre alguien que duerme dulcemente. Pero ella nunca despertará, y me duele saber que no haya dulzura alguna en su abismal sueño.

Ni una sola lágrima acompaña mis mejillas. Cierro los ojos un momento, tratando vaga o tercamente retenerla en mi corazón; pero... ya está allá abajo y encerrada. Adentro y bajo tierra; pero no una tierra que sea mi barro. Encerrada, encarcelada y atrapada en una lejanía desde la que no me puede ya alcanzar.

Queda poca tierra. La pala parece moverse sola.

No volverá a tocarme, no estará más a mi lado. No dará nunca más aquel sabor ingrato a mis labios o a mis palabras. No me acompañará ya en mis desvelos, ni en mis sueños. Tampoco en mi soledad. No volveré a llamarla, ni ella me estrechará en su violento abrazo, sin dejarme ir hasta amarla con enferma obsesión. Su celosa mirada jamás se apoyará de nuevo en mi ser, ni sus palabras harán coro con mi pensamiento, soplando su silenciosa voluntad.

Espolvoreo un último puñado de polvo sobre su tumba.

Se ha ido, y yo sonrío, con la pala triunfante en mis manos, y en mis sentimientos. Luego, mi húmeda sonrisa se hace risa, y me río, y el río se vuelve mar, y me pongo a navegar sobre mi nueva dicha. Pues acabo de sepultar a mi amargura.

Que descanse en paz.