Alberto Chimal
Horas le duró el sueño acerca del número de la Bestia. Cuando despertó, sudorosa y trémula, descubrió que lo recordaba perfectamente. En el vértigo de lo revelado, de lo que se sabe espantoso y a la vez irresistible, fue al teléfono y marcó.
A los dos timbrazos le contestó Panfilo Orihuela, en efecto apodado la Bestia en la lejana infancia; ella lo recordaba pues del segundo al sexto de primaria había insistido en asegurarle su amor, meterse lápices en la nariz, escarbarse los dientes con la mano, bajarse los pantalones en el recreo, babear en clase y provocar la burla de todos en el grupo.
—En el fondo, siempre has querido conmigo —le dijo él, seguro, como si nada, por la bocina. Ella (apocalipsis) dudó.