Escuer y Bernal

9 de diciembre de 2010

SLOW BISTRO

EL REGALO

Miguel Antonio Lupián


…57…58…59… Miércoles. El timbre repiquetea. El sonido lo sorprende sirviéndose otra copa. Se queda inmóvil con la vista fija en la puerta. Se termina de un trago el vino. Se acerca lentamente. Se asoma por la mirilla. Nadie. Abre la puerta sin quitar la cadena de seguridad. Una caja en el piso. Corre el seguro. Felicidades, lee en una tarjeta pegada al borde. Cierra la puerta. Sopesa la caja. La coloca en la mesa. Desgarra la envoltura. Retira la tapa. Nada. Mete la mano. Tantea el fondo. Absolutamente nada. Saca la mano. Se escandaliza: las puntas de sus dedos han desaparecido. Se acerca la mano a la cara. Sus dedos se desvanecen gradualmente. Mete la otra mano. Lo mismo. Mira para todos lados agitando sus brazos incompletos. Fija la mirada en la caja. Cierra los ojos. Mete la cabeza. La oscuridad lo envuelve. Los oídos se le tapan. No puede respirar. Abre los ojos. Ve. Por fin puede ver. Sonríe mientras su cuerpo se desvanece irremediablemente.

23 de noviembre de 2010

19 de noviembre de 2010

INFORME NEGRO

Francisco Hinojosa


1. Agoté la Constitución y el Código Civil. Como no encontré ninguna ley que lo prohibiera me autonombré detective privado en una ceremonia íntima y sencilla.

2. Mandé imprimir un ciento de tarjetas de presentación con un logotipo moderno que yo mismo diseñé.

3. La sala de la casa quedó transformada en una auténtica oficina de detective. Ordené mis libros detrás del escritorio, en una vitrina que resté al mobiliario del comedor, desempolvé un viejo sillón de familia para los clientes y dispuse el carrito—cantina junto al escritorio.

4. Pagué un anuncio en el periódico en el que ofrecía absoluta eficacia y discreción en toda índole de investigaciones.

5. Renuncié por teléfono a mi trabajo en la fábrica de clips. Mi jefe se lamentó: "Nos mete en un apuro, señor Sanabria, nadie como usted conoce esta empresa. Es una lástima."

6. Me puse corbata nueva y un saco sport, eché las piernas sobre el escritorio y me entregué a la lectura del periódico en espera de la llamada de mi primer cliente.

7. A las dos y veinte de la tarde, después de haber leído varias veces mi anuncio y de consumir todas las secciones, salí a comer. Necesitaba un trago fuerte para reanimarme.

8. Al llegar al bar colgué mi sombrero y mi gabardina en el perchero y pedí un escocés con agua mineral y dos tortas. A la tercera mordida tuve una buena idea que me permitiría auto-promoverme en el bar al tiempo que practicar algunas técnicas de mi nuevo oficio.

9. Le mostré al cantinero la única fotografía que llevaba en mi cartera. Un retrato reciente de mamá.

10. "No, señor", me dijo. "Personas como ella no son muy frecuentes en este lugar. ¿Es usted de la judicial?"

11. "Detective privado", le contesté. "Es probable que esta mujer haya asesinado a un hombre. Si la ve por aquí, no deje de avisarme." Le extendí mi tarjeta.

12. Al regresar a la oficina le llamé a mamá. Mi hermana me dijo que había salido a surtir algunos pedidos de las bufandas que tejía y que llegaría hasta la noche.

13. Hablé con mi hermana lo indispensable para colgar y dejar así libre la línea del teléfono.

14. Contento de mi buena actuación en el bar, me dormí con la esperanza de que el cantinero pudiera turnar mi tarjeta a alguno de sus clientes con problemas matrimoniales.

15. Me despertó el sonido del aparato. Contesté con la voz un tanto adormilada pero aún atractiva. Era Francisca, la hija de María Elena, mi ex esposa. "Tom, necesito hablar contigo", me dijo. "Es muy urgente." Le di cita al día siguiente por la mañana. Así podría pensar bien en una excusa para no enviarle dinero a María Elena.

16. A las ocho menos doce, luego de contemplar pacientemente la quietud del teléfono, decidí volver al bar. Un detective serio y analítico, pensé, no debería desesperarse tan pronto.

17. Me sentí un estúpido cuando le pregunté al cantinero "¿Nada nuevo, amigo?" "No, señor. En absoluto." Y me sirvió un martini seco en vez del escocés que le había pedido.

18. Preferí tomarme ese perfume y no reclamar. Mostré la fotografía de mamá a un hombre que bebía junto a mí en la barra.

19. Cuando supo que yo era detective se interesó más por la fotografía. Pero a pesar de los esfuerzos que hizo por repasar mentalmente todos los rostros que alguna vez había visto, no reconoció a mamá.

20. "¿Qué ha hecho?", me preguntó. "Homicidio", respondí. Intercambiamos tarjetas de presentación. Se llamaba Cornelio Campos, representante de una compañía farmacéutica.

21. Por la noche soñé que mamá entraba al bar, sacaba de su bolsa una ametralladora y acribillaba al cantinero. En respuesta, Cornelio le arrojaba una botella de whisky que se estrellaba en su blanca cabellera.

22. En el momento en que comprobaba que mi anuncio había vuelto a aparecer en el periódico llamaron a la puerta. Era Francisca.

23. Me había propuesto recibir a mi ex hijastra, a quien no veía desde hacía cinco años, con la mayor indiferencia de la que fuera capaz. Pero fue imposible: había dejado de ser una chiquilla de quince años para transformarse en una mujer atractiva y bien dotada.

24. Tuve que disculparme e ir al baño para ruborizarme sin que ella se diera cuenta.

25. "Tom, no sabes la sorpresa que me dio encontrarme con tu nombre en el periódico." "¿Te gusta leer los anuncios clasificados?", le pregunté con horror. "Oh, no, Tom. Déjame contarte..."

26. Me dijo que su novio había muerto la semana pasada. Según la versión oficial se había suicidado y según la suya lo habían asesinado. Le pregunté con tono escéptico cuáles eran las razones que tenía para sospechar algo tan delicado.

27. "En primer lugar, Chucho no se hubiera suicidado: íbamos a casarnos en agosto. En segundo, él tenía una pistola, no había razón para matarse con un puñal. Y en tercero, Chucho me había confiado unos días antes que alguien lo había amenazado de muerte..."

28. Sus sollozos me conmovieron. Cuando por fin pudo calmarse tras un largo vaso de escocés, terminó de contarme algunos detalles importantes para la investigación, me dio una fotografía de su ex novio, con el rostro un tanto escondido por un saxofón, y me hizo una lista de las personas con las que tenía relaciones estrechas.

29. Se despidió de mí con un beso que no llegó a hacer contacto con mi mejilla y salió sin que habláramos antes de mis honorarios por conceptos profesionales.

30. Como de alguna manera tenía que empezar las investigaciones, y sin dinero eso era imposible, tuve que llamarle a mamá para pedirle un préstamo a corto plazo.

31. —Por supuesto, hijo, puedes pasar por él cuando quieras—. Me reclamé a mí mismo las ofensas que le había hecho a su imagen. Guardé la fotografía bajo el cristal de mi escritorio.

32. Elegí al azar un nombre de la lista que elaboró Francisca. Como la casa del señor Ardiles, padre del finado, estaba muy lejos de mi oficina, decidí hacer una escala en el bar para pensar en las preguntas que le haría.

33. El cantinero miró detenidamente la fotografía de Chucho. "¿Es la víctima?" "Por supuesto", le respondí con malicia. "No, no creo haberlo visto por aquí. ¿Por qué cree usted que toda la gente de la ciudad viene a este bar? Podría intentar en otros..." Asentí con la cabeza y apuré los dos tragos que me restaban: uno de escocés y el otro de caldo de camarón.

34. El colectivo que me llevó hasta la casa del señor Ardiles tardó casi una hora en llegar. Desde que lo vi lo borré de la lista de sospechosos, pues podría tener cara de ladrón, de violador o de dentista, pero nunca de filicida.

35. "No sé por qué se le ha metido esa idea en la cabeza a Francisca", me dijo. "Chucho era un chico solitario, nervioso y con tendencia a la depresión. Su suicidio, en verdad, no me sorprendió tanto como a su madre o a sus amigos."

36. Joaquín Junco, dueño de la miscelánea La Zorrita: "Yo también creo que lo mataron, porque ese muchacho no es de esos que andan suicidándose así porque sí. Prométame que si agarra al hijo de puta que lo mató me va a avisar para que yo le ponga una buena madriza."

37. Georgina Mondragón, ex novia de Chucho: "Pobre Gordito, era tan bueno... Yo no creo que se haya suicidado ni que lo hayan matado."

38. Lucho Romo, amigo de la infancia del occiso y batería del grupo de jazz: "Pinche Chucho, yo creo que se aceleró. Le voy a decir la neta, míster Sanabria: se agarró la puñalada porque ya no lo estaban surtiendo, ¿me entiende?" Por supuesto que no le entendí una sola palabra. Todo lo que me dijo eran puras incoherencias. Pobre chico.

39. Casi era medianoche cuando llegué a recoger el dinero a casa de mamá. Ella no estaba, como ya era su costumbre; me había dejado un fajo de billetes con mi hermana. Nunca pensé que las bufandas le pudieran dejar tanto. Decidí tomar sólo uno de a cinco mil.

40. Eché las piernas sobre el escritorio y me puse a revisar mi libreta de apuntes. Aún no tenía ninguna pista concreta. El único comentario que me preocupaba era el de Georgina Mondragón: quizá fuera cierto que no se trataba de un suicidio o de un asesinato. Un accidente, por qué no.

41. De pronto me sentí incapaz de resolver el caso. Tuve que empujarme lo que sobró de la botella de whisky para quedarme dormido.

42. Al despertar, Francisca estaba frente a mí, con una taza de café en una mano y con mi correspondencia en la otra. Su atuendo era una provocación clara, definida, victoriosa. "Perdona que haya entrado así a tu casa, Tom. La puerta estaba abierta..."

43. Después de afeitarme y vestirme volví con Francisca. Me esperaba sentada en mi escritorio, con otra taza de café en las manos y con un cigarrillo en la boca.

44. "Ayer por la noche", empezó, "recibí un telegrama. Es la prueba de que no estoy loca, de que Chucho fue asesinado. Tengo miedo, Tom, mucho miedo.

45. LAMENTABLE SUICIDIO (PUNTO) NO QUEREMOS OTRO SENSIBLE ACAECIMIENTO (PUNTO) MANOLA.

46. "No tengo idea de quién pueda ser esa Manola, Tom. Debes creerme. También a mí me quieren matar y no sé por qué, de verdad..."

47. Apagué su llanto con un poco de brandy que sobraba en la licorera. Guardé el telegrama y le pedí a Francisca que se quedara en la oficina porque podía ser peligroso que estuviera sola en la calle. La ofrecí mi biblioteca.

48. Antes de pasar a Telégrafos decidí darme una vuelta por la casa de la mamá de Chucho. Durante el trayecto del taxi no pude quitarme de la cabeza la figura de Francisca. Era adorable.

49. Tuve una repentina corazonada que me llevó a aventurar un comentario: "Señora Pereira", le dije, "un amigo de su hijo, un tal Lucho, me insinuó que a su hijo no lo surtían. ¿Tiene idea de a qué se refería?"

50. "Chucho era bueno, señor Sanabria, créamelo. Reconozco que tenía ese pequeño defecto. Pero lo que lo estaba hundiendo no eran las pastillas. El verdadero problema era que él servía de intermediario entre sus amigos y los vendedores de la mercancía, ¿me explico?"

51. Por supuesto que se explicaba. Ya había tenido la sospecha de que existía algo turbio en el caso: drogadicción, narcotráfico, farmacodependencia. Sabía que algo tenía aquel rostro oculto tras el saxofón.

52. La señora Pereira no pudo darme ninguna pista más. Al despedirme la vi tan afligida que preferí dejarle mi tarjeta en la mesa del recibidor.

53. El empleado de Telégrafos se rió de mí cuando le dije que era detective privado y que estaba buscando a la persona que había escrito el telegrama. "Usted cree que yo me dedico a leer las pendejadas que escribe la gente. Pues se equivoca, amigo, yo sólo cuento palabras y cobro el importe."

54. Lo amenacé de complicidad en el homicidio si no cooperaba, pero solamente logré que me despidiera con un par de altisonantes insultos, a los que no respondí por ética profesional.

55. Paré en el supermercado para comprar una botella de whisky y dos órdenes de paella preparada.

56. Al entrar en mi oficina, Francisca no hizo siquiera el intento de bajar las piernas de mi escritorio. La sorprendí leyendo mi correspondencia.

57. Nos miramos a los ojos un largo minuto sin decir palabra. Por fin me acerqué a ella, le arrebaté la carta que había violado, tomé su bolso y lo vacié sobre el escritorio.

58. Un bilé, un bolígrafo, un monedero, un cepillo atiborrado de cabellos rubios, un estuche de kleenex, un par de medias nylon, dos limones y un frasquito con pastillas rojas y amarillas.

59. "No contaba con que tú me mintieras", le reclamé. "Será mejor que empieces por decirme a quién compraba Chucho esas porquerías."

60. Por fin se dignó bajar las piernas de mi escritorio y corrió a abrazarme con todas sus fuerzas. Mi debilidad de ex padrastro ayudó a que el enojo se transformara en compasión. "Tengo miedo, Tom. Si fueron capaces de matar a Chucho, también lo harán conmigo. No dejes que me maten, por favor, Tom, no dejes que..."

61. Luego de estrenar la botella de whisky la recosté en el sillón de los clientes y le prometí no menos de una docena de veces que no la iban a matar mientras yo viviera. "No te preocupes, pequeña, Tom te va a proteger. Sólo necesitas ser buena y decirme a quién le compraba Chucho esas pastillas."

62. "Lo acompañé varias veces con el vendedor. Le dicen Richard y, si las cosas no han cambiado, se le puede encontrar entre las cuatro y las cinco de la tarde en un bar llamado La Providencia. Es un hombre gordo, canoso, arrugado. Siempre usa botas vaqueras y tirantes. Es peligroso. No dejes que te mate."

63. Cuando por fin la pude dejar dormida sobre el sillón de los clientes llamaron por teléfono. Era el cantinero. Dijo que la persona a la que yo buscaba se encontraba en esos momentos en su bar.

64. "¿Mamá en un bar?", me pregunté.

65. El parecido físico era sorprendente, lo reconozco, pero quienquiera que conozca a mamá no podría confundirla con semejante vulgaridad de señora. El cantinero resultó ser un poco miope en lo que se refiere a las almas humanas.

66. Sin embargo, me vi obligado a seguir el juego detectivesco para atraer a futuros clientes. La conversación con ella fue difícil, ya que Cornelio y el cantinero me observaban atentamente, como si de un momento a otro yo fuera a ponerle esposas a la señora y a leerle sus derechos.

67. Quizás fue el aburrimiento que me causaba la situación lo que me llevó a practicar la misma técnica que utilicé con mi ex hijastra y que tan buenos resultados me dio.

68. Con un movimiento brusco, intenté vaciar su bolso sobre la mesa. Pero, por una reacción contraria a la que tuvo Francisca, la sospechosa me estrelló en la cabeza su asqueroso vaso de vodka antes de que sus efectos personales terminaran de hacer contacto con la mesa. En cuanto me di cuenta de mi error y traté de defenderme, la señora me remató con un cenicero en la nariz que me nubló la vista.

69. Al volver en mi, Cornelio intentaba darme un trago de cerveza. "No pudimos detenerla, señor Sanabria", se disculpó el cantinero. "Estaba tan furiosa que bien hubiera podido enfrentarse con un ejército. Ya lo creo que debe tratarse de una asesina peligrosa."

70. "No se preocupen", calmé a mis afligidos interlocutores. "El verdadero asesino se encuentra en eso momentos en un bar llamado La Providencia."

71. Cornelio se ofreció a acompañarme. Tenía un Ford cincuenta y tantos que amenazaba con dejarnos en cada esquina. Por el camino le platiqué lo poco que sabía acerca del tal Richard.

72. "No tenga miedo, mi detective —me animó—, llevo conmigo una navaja y sé muy bien cómo usarla." Tuve que mentirle: le aseguré que yo llevaba un revólver en la bolsa del saco.

73. A las cuatro y media llegamos a La Providencia. Ningún tipo, de los pocos que había en el bar, se parecía a la descripción que Francisca me dio de Richard. Ordenamos dos cervezas.

74. Mientras esperábamos el arribo del homicida, Cornelio se dedicó a platicarme la historia de su vida. Después de convencerme de que era todo un experto en el manejo de diversas armas, desde una escopeta hasta la soga, me confesó que había pasado varios años en la cárcel por haber intentado ahorcar a su esposa.

75. Empezaba a exponer las razones que lo llevaron a su frustrado intento conyugicida cuando descubrimos a Richard, con sus botas vaqueras y sus tirantes. Bebía tequila y cerveza en una mesa contigua a la nuestra.

76. Para impedir que tuviera tiempo de escaparse o de que él nos atacara primero, se me ocurrió un brillante plan, que le confié a Cornelio en secreto.

77. Con el pretexto de una supuesta ebriedad, mi compañero y yo nos subimos a la mesa con la intención de bailar el chachachá que retumbaba en el bar, pero en vez de marcar el paso saltamos felinamente sobre nuestro hombre.

78. Cornelio lo apresó del cuello y yo de la cintura. Richard no tuvo tiempo siquiera de tragar el sorbo que le había dado a su tequila.

79. "Te estamos apuntando con pistolas", le dije al verlo cegado por la sorpresa. "Un solo movimiento en falso y no dudaremos en atravesarte las tripas, cerdo."

80. Con voz serena, grave, inteligente, dije a todos los que se encontraban en el bar que éramos de la policía y que les pedíamos, a excepción de los empleados, que salieran de allí cuanto antes.

81. Luego obligué a Richard a que mantuviera las manos sobre el piso mientras lo registraba. Encontré una 38 especial en la bolsa del saco y una 45 en la parte trasera del pantalón. Le pasé a Cornelio la de menor calibre.

82. "Ahora vas a ser un buen chico —hostigué al viejo— y vas a salir con nosotros. Si intentas escapar, despídete para siempre de tus tequilas." Al salir del bar tiré sobre la barra uno de a mil.

83. Me incomodaba un poco la docilidad del tipo, pues todo lo que le pedía lo acataba sin reparos. Lo subimos al Ford y, antes de interrogarlo, le dimos un paseo por calles solitarias.

84. "No somos amigos —acometí—, de eso puedes estar muy seguro. Estás acusado de homicidio, con los tres agravantes, y de narcotráfico y corrupción de menores. Y no te vamos siquiera a leer tus derechos." "No tienen ninguna prueba contra mí —se defendió—, yo no he matado a nadie, de verdad..., yo no fui."

85. "Fue Teté", se burló con mal estilo Cornelio. "En estos momentos, Richard, te vamos a llevar a un pequeño cuartito donde se encuentran reunidos todos los amigos de Chucho, ¿lo recuerdas, cariño?", volvió a arremeter Cornelio con evidente vulgaridad, aunque no sin una cierta sutileza en su amenaza que me dejó satisfecho.

86. "Les repito que yo no maté al muchacho y que no existe ninguna prueba contra mí. Pueden hacerme lo que quieran: no escupiré nada." Después de darle a Richard un fuerte codazo en las costillas, Cornelio arrancó su destartalado e inofensivo Ford.

87. A fuerza de bofetadas Richard se ablandó y nos propuso un trato: nos llevaba con Manola, la verdadera asesina y jefa de la organización de narcotráfico, a cambio de su libertad. Le contesté que lo máximo que podía ofrecerle era dejarlo suelto después de atrapar a la tal Manola. En adelante, él tendría que defender esa libertad.

88. "Excelente, mi detective, excelente", dijo con evidente admiración Cornelio, ansioso de entrar en acción y demostrarme su habilidad en el uso del cuchillo. Pronto lo desilusioné.

89. "Quizás necesitemos refuerzos para entrar en casa de Manola. No sabemos cuántos hombres puedan estar allí esperándonos. Pero no te preocupes, eso yo lo soluciono. Tengo un amigo en la policía. Tú cuida a Richard mientras yo le llamo por teléfono.

90. El comandante Cipriano Herrera había sido durante algún tiempo el detective de la fábrica de clips. Un día lo salvé de que lo despidieran por quedarse dormido. Desde entonces prometió pagarme el favor. Cuando le dieron su nombramiento en la Policía me llamó para ponerse a mis órdenes. Marqué su número.

91. "¿Dónde puedo encontrarte, Tomás?" "Estoy en la esquina de La Paz y Revolución. Conmigo está el soplón y un amigo que ahora le apunta con la pistola." "Tardaré unos quince minutos —me dijo—, espérame allí."

92. Le llamé también a Francisca para pedirle que se reuniera con nosotros y pudiera así ver el desenlace del caso que me había comentado.

93. En el Ford, Richard se encontraba con las manos fuertemente amarradas con una corbata. Cornelio le picaba las costillas con su navaja: "Trató de escaparse, Tomás, pero a mí ningún cerdo me engaña. ¿O no es cierto, Ri—car—do?", le dijo al acusado despectivamente.

94. Primero llegó Francisca, que me besó cálidamente la mejilla, y un poco después Cipriano en un Mercedes viejo sin placas. Me abrazó con tal fuerza que cualquiera hubiera pensado que éramos dos hermanos que acababan de reencontrarse después de una guerra.

95. Jaló de los cabellos a Richard y lo metió en su Mercedes, donde lo esperaban otros tres hombres con sus respectivos rifles. "Hace varios años que estamos buscando a Manola. Así es que el favor, en realidad, me lo has hecho tú a mí. Ya sabré cómo pagártelo."

96. Nos dirigimos hacia el sur hasta el pueblo de Tlalpan, justo en la zona en la que pasé una buena parte de mi infancia y mi adolescencia.

97. Me vinieron a la mente las cascaritas que jugábamos de niños contra un equipo de la avenida. ¡Qué épocas!

98. Al detenerse el Mercedes, el primero en bajar fue Richard, seguido por las cuatro espaldas de la Policía. Y tras ellos, nosotros: Cornelio, desafiante, y Francisca, temerosa, bajo mi hombro.

99. Yo creo que nunca había sentido latir mi corazón tan aceleradamente. Y no era por la emoción que significaba acercarme con éxito al término de mi primer trabajo como detective, sino por la sorpresa que el destino me tenía reservada.

100. Al abrirse la puerta de la casa señalada por Richard, mis ojos se llenaron de lágrimas al mismo tiempo que Cornelio gritaba jubiloso: "Es ella, Tomás, la de la fotografía. ¡La encontramos!"

16 de noviembre de 2010

LOS QUE TIENEN EL NOMBRE

Eraclio Zepeda


El Encarnación Salvatierra tá seguro. Lo tiene su nombre, brilloso como una luciérnaga. Todos averiguan que tiene semilla grande nomás de oír: Encarnación Salvatierra. Hace maldá y es respetado. Mata gente y nadie lo agarra. Roba muchacha y no lo corretean. Toma trago, echa bala y nomás se ríen y todos se contentan. Por estos rumbos sólo los endiablados tienen la semilla a salvo. Pero ahí tá el nombrón que los cuida y los encamina. En cambio uno, por andar de cumplido y derecho tiene que estar todo lleno de enfermedá, con la barriga inflada de hambre, con los ojos amarillos por la terciana; lo meten a la cárcel y cuando lo sueltan ya tá muerta la nana Trinidad, ¡Pa que putas! Ahí tá el Martín Tzotzoc: nunca mató, nunca robó, no llevó muchacha; nunca se metió en argüendes. ¿Y pa qué? Sólo pa quedar guindado de ese roble con los ojos chiboludos como de pescado y los dedos todos morroñosos: del coraje, digo yo. Los que tienen el nombre hagan maldá, hagan pecado, todo les sale bien, todo les trae cuenta.

12 de noviembre de 2010

EMPRESA TRANSNACIONAL SOLICITA…

Miguel Antonio Lupián

La sala de espera estaba atiborrada de tipos vestidos con mayones de colores estrambóticos, capas largas y antifaces ingeniosos. Había musculosos y panzones; altos y chaparros. El hombre atravesó la sala con la mirada baja: sentía pena de su disfraz: unas botas sucias y una gabardina carcomida por las polillas. Entregó el curriculum a la secretaria cadavérica y se sentó en la única silla que quedaba disponible. Lo pequeño de la habitación, la gruesa alfombra y lo bajo del techo, el bullicio, los nervios y el cansancio por una noche ajetreada, terminaron por sofocarlo y cerró los ojos por unos segundos. Despertó cuando sintió la mirada penetrante de la secretaria desgarbada. Era su turno. La sala de espera estaba casi vacía. Se peinó el cabello con las manos y se incorporó lentamente. Antes de abrir la puerta del despacho se acomodó la gabardina y rogó porque hubiera una ventana abierta en su interior. Al entrar una ráfaga de viento alborotó su cabello y la gabardina ondeó heroicamente. Se colocó las manos en la cintura y sonrió mostrando sus blancos y parejos dientes. El entrevistador, un viejo obeso de mejillas rosadas y ojos azules, aplaudió de pie y lo invitó a sentarse. Después de discutir sus proezas más sobresalientes, como el rescate de veinte bebés atrapados bajo los escombros y la disminución del índice delictivo en su colonia, el viejo obeso sacó una pistola del cajón y le disparó silenciosamente en pleno pecho, se acercó al intercomunicador y, apretando un botón rojo, ordenó: El que sigue.

4 de noviembre de 2010

CUCARACHA

Judith Segura


En este pinche súper sólo hay cucarachas, vociferó mi madre, no una vez sino muchas, y quise callarla, le tapé la boca, se tambaleó, me empujó, me dijo puta, volvió a gritar que en ese pinche lugar sólo había cucarachas y sólo cucarachas y yo le tapé la boca.

Aún la veo con su bata de terciopelo sucio, sus chanclas y las calcetas de lana, el pelo rubio oxigenado, tambaleándose por la tienda, buscando una caja de benzedrina.

Le supliqué llorando que no gritara más.

Me hinqué.

Piensa que Dios bajará a castigarnos.

No bajó Dios.

Tenía nueve años y mi madre me pidió que la acompañara al súper. Una tienda del ISSSTE, con luz blanca mortecina, sólo se vendían miserias, víveres pasados: medicinas, azúcar, leche en polvo, desodorante y carne vieja.

No sé si yo estaba también algo ebria o si el recuerdo es tan vago que lo veo apenas, como un recuerdo de borrachera.

Mi mamá me veía hincada. Levantaba las cejas, se tambaleaba, escupía hacia un lado. De verdad hay cucarachas, me dijo, y al tiempo puso una enorme y brillante cucaracha, del tamaño de un zapato, frente a mi cara. La sostenía de una antena. La cucaracha vivía atroz, desvencijada, medio aplastada, con granos de azúcar entre las patas y dentro de las fauces babosas. Movía sus patas infinitas, lubricadas, debajo de un caparazón rojo, mostrando un sinfín de mecanismos y vísceras al descubierto.

Mi madre, como nunca, comenzó a reír, desatada en su borrachera. La luz blanca le resaltaba los rasgos decrépitos. Aventó al insecto, pero ese caparazón rojo y brillante se quedó ahí, mirándonos en nuestra locura, sin deseos de huir.

Me levanté del piso. Mi madre me compró un pan. Ella se compró unas papas y se las fue comiendo en el camino a la casa. Una noche sin luna, sin estrellas, autos veloces en esa avenida. Mucho frío. Olvidó su benzedrina. Más tarde vimos una película, las luces todas apagadas, sin dirigirnos la palabra, como siempre.

31 de octubre de 2010

LAS AVENTURAS DE LA INCREÍBLEMENTE PEQUEÑA Y EL EXTRAÑO CASO DEL CAMPOSANTO AL PIE DEL ÚLTIMO VOLCÁN: Una fotonovela diurna

Cristina Rivera Garza

para lrg, en octubre

a.

Entra. Ve. Esculca. Se ha hecho antes. Un cuerpo es un cuerpo porque se abre. El cielo es a veces así. Del lat. aperíere. 7. tr. Separar las partes del cuerpo del animal o las piezas de cosas o instrumentos unidas por goznes o tornillos de modo que entre ellas quede un espacio mayor o menor, o formen ángulo o línea recta. La palabras suelen unir. Pero. No obstante. Sin embargo. El objetivo no es la emoción o el consenso. El objetivo no es. Una personalidad destructiva ve encrucijadas en todos lados, alguien decía eso.

b.

Pero beber. Pero salir corriendo. La sensación de vómito sucede luego. Los órganos inversos: de arriba abajo y de abajo arriba. El camposanto, por ejemplo. Todo lo que está.

c.

Alguien habló del otoño. Decías que el tiempo ocurre y luego pasa y luego. Lo nuestro es puro mirar un insecto dorado. La mano sobre el ventanal, esa postura que es en realidad una distancia. ¿Pero es esto, de verdad, la rama de un sauce? Algo podría quedarse o reñir con el aquí. La paciencia es cosa de niños o de ancianos. La demencia, por otra parte. Tu renuencia. Mi renuncia. Lo propio del sol es caer en la tarde. Ve. Apura. Inquiere. Se ha hecho antes.


d.

El fantasma es lo que cuenta.


e.

Dentro de un sobre, en una carta escrita a mano, hay palabras que. El viento mueve molinos, ¿sabías eso? La tinta verde es como una misma raíz. Lo que desorienta es la belleza de ciertos desastres naturales. La zozobra. La frase que se parte en dos sobre un papel muy fino. He ahí el espejo. ¡Mira este súbito latir! Mira la glándula. La muñeca.

f.

Érase que se hubiera. Habría sido. Será. Todo empieza alguna vez así.

g.

Diríase que hay mucho tiempo aquí. La oración es una oración porque se abre. La puerta. La ventana. La lata de conservas. Carcomer es algo que, en un principio, ocurre en las orillas. Manténte al acecho. Avizora. Predica o pródiga la sangre sobre el suelo. Esto me lo sé de memoria.

h.

Des- [confluencia de los prefs. lats. de-, ex-, dis- y a veces e-]: me desdigo y desempaco y descamino con desahogo despavorido.

i.

j.

k.

l.

m.

n.

ñ.

Pero existe, eso. El fin. Existe la expulsión. Existe salir a gatas de entre los labios de un muerto.

o.

p.

Mi colección de sonidos: El trueno que parte el cielo en dos; el graznido de los cuervos al irse; los goterones de lluvia contra suelo. La risa de los niños. El batir de ciertas alas. La electricidad.

--crg


25 de octubre de 2010

LOS LOCOS SOMOS OTRO COSMOS

Óscar De la Borbolla

Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: "No doctor, no... loco no..." Sor Socorro lo frotó con yodo: "Pon flojos los codos -rogó-, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros." Sor Flor tomó los mohosos polos color corcho ocroso; con gozo comprobó los shocks con los focos: los tronó, brotó polvo con ozono. Rodolfo oró, lloró con dolor: "No doctor Otto, shocks no..." Sor Socorro con monótono rostro colocó los pomos: ocho con formol, dos con bromo, otros con cloro. Rodolfo los nombró doctos, colosos, con dolorosos tonos los honró. Como no los colmó, los provocó: "Son sólo orcos, zorros, lobos. ¡Monos roñosos!" Sor Flor, con frondoso dorso, lo tomó por los hombros; sor Socorro lo coronó como robot con hosco gorro con plomos. Rodolfo con fogoso horror dobló los codos, forzó todos los poros, chocó con los pomos, los volcó; soltó tosco trompón, sor Socorro rodó como tronco. "¡Pronto, doctor Otto! -convocó sor Flor-. ¡Pronto con cloroformo! ¡Yo lo cojo!..." Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró.

Otto, solo con Rodolfo, rogó como follón, rogó con dolo: "Rodolfo... don Rodolfo, yo lo conozco... como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo dolor... Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo...

-No, doctor. No -sopló ronco Rodolfo-. Los shocks no son modos. Los locos no somos pollos. Los shocks son como hornos; son potros con motor, sonoros como coros o como cornos... No, doctor Otto, los shocks no son forzosos, son sólo poco costosos, son lo cómodo, lo no moroso, lo pronto... Doctor, los locos sólo somos otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos lo otro, lo no ortodoxo. Otro horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, como formó los olmos o los osos o los chopos o los hongos. Todos somos colonos, sólo colonos. Nosotros somos los locos, otros son loros, otros, topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo...

Rodolfo monologó con honroso modo: probó, comprobó, cómo los locos sólo son lo otro. Otto, sordo como todo ortodoxo, no lo oyó, lo tomó por tonto; trocó todos los pros, los borró; sólo lo soportó por follón: obró con dolo. Rodolfo no lo notó. Otto rondó los pomos, tomó dos con cloroformo, como molotovs los botó. Rodolfo con los ojos rotos mostró los rojos hombros; notó poco dolor, borrosos los contornos, gordos los codos; flotó. Con horroroso torzón rodó con hondo sopor. Rodolfo soñó. Soñó con rocs, con blondos gnomos, con pomposos tronos, con pozos con oro, con foros boscosos con olorosos lotos. Todo lo tocó: los olmos con cocos, los conos con oporto rojo, los bongós con tonos como Fox Trot. Otto lo forró con tosco cordón, lo sofocó. Rodolfo sólo roncó. Sor Socorro tornó con poco color. Sor Flor con bochorno tomó ron: "Oh, doctor -lloró-, oh, oh, nos dobló con sonoro trompón." Otto contó cómo lo controló.

-Otto, pospón los shocks -rogó sor Socorro.

-No, no los pospongo. Loco o no, yo lo jodo. No soporto los rollos... Pronto, ponlo con gorro.

-¿Cómo, doctor -notó sor Flor-, ocho volts?

-No, no sólo ocho. ¡Todos los volts! Yo no sólo drogo, yo domo... Lo domo o lo corrompo como bonzo.

-¡Oh no, doctor Otto!, como bonzo no.

-¡Cómo no, sor Socorro! Nosotros no somos tórtolos o mocosos; somos los doctos... ¡Ojo, sor Socorro! No soporto los complots...

Otto con morbo soltó todos los volts, los prolongó con gozo. Sor Socorro con sonrojo sollozó. Sor Flor oró por Rodolfo. Rodolfo roló como mono, tronó como mosco. Otto lo nombró: "Don gorgojo", "loco roñoso", "golfo". Rodolfo zozobró con sonso momo. Otto cortó los shocks.

20 de octubre de 2010

LA SUEÑERA

Ana María Shua



Tres gritos

El primer grito me alza la piel en un estremecimiento verde. El segundo grito se me hunde en los ojos y es una brasa. Al tercer grito reconozco mi voz y me despierto. ¿Qué viste?, me preguntan. Ojalá lo supiera, contesto yo. Pero es mentira.



La última oveja

Para poder dormirme, cuento ovejitas. Las ocho primeras saltan ordenadamente por encima del cerco. Las dos siguientes se atropellan, dándose topetazos. La número once salta más alto de lo debido y baja suavemente, planeando. A continuación saltan cinco vacas, dos de ellas voladoras. Las sigue un ciervo y después otro. Detrás de los ciervos viene corriendo un lobo. Por un momento la cuenta vuelve a regularizarse: un ciervo, un lobo, un ciervo, un lobo. Una desgracia: el lobo treinta y dos me descubre por el olfato. Inicio rápidamente la cuenta regresiva. Cuando llegue a uno, ¿logrará despertarme la última oveja?



Adivina adivinador

Sé que en el fondo de la taza, la borra de café dibuja mi destino. Para llegar a conocerlo bebo durante horas, durante días enteros el líquido que lo oculta. El líquido es oscuro, inextinguible. Beberlo para siempre es mi destino.



El zumbido y el miedo

Con una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo separa las mandíbulas y desnuda sus colmillos amarillos. Un curioso zumbido perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo. El dentista también.



Los peligros del mar

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡Cuidado con el bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán, ¡Abatid el palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.



Débiles, oscuras y numerosas

De los rincones brotan, de sus pequeñas madrigueras. Son débiles y desagradables, oscuras y numerosas. Tienen antenas. Se alimentan de mi propio alimento. Y ojalá pudiera llamarlas cucarachas.



Lucha contra el pecado

Porque mi mano derecha escandaliza, la corto y la arrojo fuera de mí. Ella camina muy oronda sobre sus cinco patitas por toda la casa y, lo que es más grave aún, sigue escandalizando.



Microcosmos

En el mundo hay un señor que es Dios sin saberlo. Su poder, sin embargo, no es absoluto. Sus deseos, sus fantasías, sus más vagas intenciones se realizan de un modo que parece arbitrario por estar sujeto a leyes desconocidas, aunque naturales. Sus secreciones estomacales provocan, por ejemplo, ríos de lava en algún lugar de la tierra. Su mal humor desencadena guerras. Procesos más sutiles que tienen lugar en cada una de sus células o sus cabellos rigen la vida privada de los hombres. Ese señor no es inmortal. Cuando muera es posible que sus poderes sean transferidos a otros por nacer. También es posible que el mundo desaparezca por completo, pero eso no lo sabremos nunca.



La puerta cerrada

Detrás de una puerta cerrada es posible encontrar los más inverosímiles horrores y también extraordinarias formas de la felicidad. Cuando la puerta se abre, el número de posibilidades, que era infinito, se reduce a uno y entramos, por ejemplo, en un baño (es lo más común) o en nuestro propio dormitorio. Y cómo probar que esa realidad que se alza sólidamente ante nuestros ojos es la misma que nos aguardaba, agazapada, cuando estábamos tan cerca pero fuera de ella, detrás de esa puerta que volveremos a cerrar al salir para permitir una vez más el auge y decadencia de los innumerables universos.



Desenmascarar al culpable

De acuerdo a las más rigurosas tradiciones, las doce de la noche es la hora de quitarse las máscaras. Y sin embargo ya es casi de mañana, el baile ha terminado y yo sigo aquí, en el salón sin espejos, quitándome las máscaras, las máscaras, las máscaras.