Miguel Antonio Lupián
…57…58…59… Miércoles. El timbre repiquetea. El sonido lo sorprende sirviéndose otra copa. Se queda inmóvil con la vista fija en la puerta. Se termina de un trago el vino. Se acerca lentamente. Se asoma por la mirilla. Nadie. Abre la puerta sin quitar la cadena de seguridad. Una caja en el piso. Corre el seguro. Felicidades, lee en una tarjeta pegada al borde. Cierra la puerta. Sopesa la caja. La coloca en la mesa. Desgarra la envoltura. Retira la tapa. Nada. Mete la mano. Tantea el fondo. Absolutamente nada. Saca la mano. Se escandaliza: las puntas de sus dedos han desaparecido. Se acerca la mano a la cara. Sus dedos se desvanecen gradualmente. Mete la otra mano. Lo mismo. Mira para todos lados agitando sus brazos incompletos. Fija la mirada en la caja. Cierra los ojos. Mete la cabeza. La oscuridad lo envuelve. Los oídos se le tapan. No puede respirar. Abre los ojos. Ve. Por fin puede ver. Sonríe mientras su cuerpo se desvanece irremediablemente.