Escuer y Bernal

Mostrando entradas con la etiqueta © Arlette Luévano. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta © Arlette Luévano. Mostrar todas las entradas

5 de abril de 2010

HORRESCO REFERENS

Arlette Luévano


Un pájaro te busca y poco puedo yo hacer. No depende de mí la salvación. Qué más quisiera que poder tomarlo de las garras y colgarlo al fondo de la habitación donde nadie lo imaginara, donde se secara con el tiempo. Pero el pájaro está aquí.


Es un pájaro verde, de basta piel violenta, un pájaro que guarda su pico bajo las alas. Es un pájaro pequeño que tiembla de impaciencia ante ti.


Es un pájaro silvestre, sin navegación. Un pájaro que duerme y te sueña. Un pájaro sediento.


Un pájaro nacido en rocas legamosas. Un pájaro con canto de platino en polvo en severa asfixia. Un pájaro que se deja caer para alcanzarte.


Reza porque este pájaro no te atrape, porque no vuelva a acercarte a ti. Ruega porque salga tu imagen de su arañado corazón, porque en noches de luna no te aseche en el zaguán. Reza los padres tuyos, guárdate bajo las mantas. Yo no pudo prometer más que cerrar los párpados bajo mis manos.

11 de julio de 2009

BAJO HECHIZO

Arlette Luévano


En su jardín es de noche. Ahí la oscuridad llega luchando contra la luz salvaje que nunca se rinde. Nadie gana esa batalla sino estrellas tenaces que pueblan el cielo en enjambres estridentes, y las brujas verdes que explotan como fuegos de artificio.


Es un paraíso macabro, donde el pincel invade los pliegos con secreciones de esteros policromados, memorias de siglos descompuestos.


El pasto es un mosaico de brotes glaucos, livianos, sicalípticos. Los pies de mi hermana exceden su tacto y lo sobrepasan en su oscuro andar de nube henchida de lluvia.


Rosadas plantas de tallo grueso crecen golpeándose unas a otras. Al llegar a su máxima altura, cercana a mi talle, coronan su cresta con una flor aguda y luminosa, sus tallos se llenan de manchas como ventanas y no he querido saber quiénes habitan esas extraordinarias construcciones, pues seguramente serán seres diminutos de grandes dentelladas.


Mi hermana se mece en el columpio que detiene el único árbol del jardín. Ese árbol es de la misma vieja hechicería que la luna. Árbol y luna se guardan gran devoción. Vuelven los brazos uno al otro y tararean juntos la melodía con la que baila el viento. Pequeñas quimeras de fortunas indescifrables crecen donde las hojas nunca han existido.


Mi hermana se guarda en el columpio. Así la recuerdo. Descalza y sonriente, con las trenzas flotando en el vaivén del juego. Mirando cómo el destino se escribe en unas manos menos blancas, en unos ojos menos anhelantes.