Escuer y Bernal

28 de enero de 2011

TIEMPO LIBRE

Guillermo Samperio


Todas las mañanas compro el periódico y todas las mañanas, al leerlo, me mancho los dedos con tinta. Nunca me ha importado ensuciármelos con tal de estar al día en las noticias. Pero esta mañana sentí un gran malestar apenas toqué el periódico. Creí que solamente se trataba de uno de mis acostumbrados mareos. Pagué el importe del diario y regresé a mi casa. Mi esposa había salido de compras. Me acomodé en mi sillón favorito, encendí un cigarro y me puse a leer la primera página. Luego de enterar- me de que un jet se había desplomado, volví a sentirme mal; vi mis dedos y los encontré más tiznados que de costumbre. Con un dolor de cabeza terrible, fui al baño, me lavé las manos con toda calma y ya tranquilo, regresé al sillón. Cuando iba a tomar mi cigarro, descubrí que una mancha negra cubría mis dedos. De inmediato retorné al baño, me tallé con zacate, piedra pómez y, finalmente, me lavé con blanqueador; pero el intento fue inútil, porque la mancha creció y me invadió hasta los codos. Ahora, más preocupado que molesto llamé al doctor y me recomendó que lo mejor era que tomara unas vacaciones, o que durmiera. Después, llamé a las oficinas del periódico para elevar mi más rotunda protesta; me contestó una voz de mujer, que solamente me insultó y me trató de loco. En el momento en que hablaba por teléfono, me di cuenta de que, en realidad, no se trataba de una mancha, sino de un número infinito de letras pequeñísimas, apeñuscadas, como una inquieta multitud de hormigas negras. Cuando colgué, las letritas habían avanzado ya hasta mi cintura. Asustado, corrí hacia la puerta de entrada; pero, antes de poder abrirla, me flaquearon las piernas y caí estrepitosamente. Tirado bocarriba descubrí que, además de la gran cantidad de letras-hormiga que ahora ocupaban todo mi cuerpo, había una que otra fotografía. Así estuve durante varias horas hasta que escuché que abrían la puerta. Me costó trabajo hilar la idea, pero al fin pensé que había llegado mi salvación. Entró mi esposa, me levantó del suelo, me cargó bajo el brazo, se acomodó en mi sillón favorito, me hojeó despreocupadamente y se puso a leer.

24 de enero de 2011

PARAÍSOS TRÉMULOS

Ana Clavel


Cada vez que se cortaba el pelo perdía un poco de memoria. Ella no lo sabía y tampoco los que la rodeaban, así que, en más de una ocasión, la tomaron por desatenta y dejaron de dirigirle la palabra. Por supuesto, ella lo resentía y no se explicaba por qué la gente terminaba por alejarse.

Entonces se miraba al espejo. Reparaba en el hilito que sobraba del suéter; reconocía sus hombros caídos y probaba a darles aliento: suspiraba profundamente. Observaba que el pelo le había crecido y que un mechoncillo rebelde se obstinaba en enfrentarla con la vida. Resolvía un nuevo corte. Y cada vez, el rechazo y el cabello rebelde hacían lo suyo.

Un día, decidió cortar por lo sano. El mundo prometió paraísos trémulos e inexplorados, palpitantes como su cabeza rapada.

20 de enero de 2011

LA ESPOSA DE LOT

Carlos López Beltrán

Cuando sintió el filo de una lista de cristal sembrarse en su costilla, muy cerca del esternón, sabía que no había regreso. Ya todo fue cazar los microsismos de la duda que interrumpían sus pasos al bajar la escalera, los sobresaltos al cambiar de posición. Distinguir contra el bullicio de la hora del recreo de la escuela vecina la crispación diminuta de otra aguja, y luego otra. Reconocer el crecimiento milimétrico de las lajas que capa a capa sustituía entre sus intersticios lo líquido por lo sólido. Dejar la seda.

Comenzó a sentir la pesantez de los humores, cargados de sales ariscas. Sus remolinos densos y ruidosos que en descuidadas descargas de quincalla la escayolaban por dentro. De adentro hacia afuera. Una de cal por otra de carne. Asumir la armadura.

El dolor cuando llegó fue sutil e insistente. Con él sabía de las guadañas arañando sus telas, desvirutando la faz de sus sentidos. En la cúspide supo ponderar sus cadenas: el peso sedimentario que cada vez más la molía, la atería; y anheló la parálisis.

Cómo olvidar el instante de la primer señal. Él la llamó desde el abismo y aún sabiendo que se trataba de un esperpento, ella volteó. Sabía.

16 de enero de 2011

CENA DE PERROS

Edgar Clement


14 de enero de 2011

LAST MINUTE

EL FANTASMA

Graciela Noyola


En el principio, la leyenda le otorgó una majestad de siglos. Su voz de cascada intermitente reblandeció los muros de las ruinas.

No hubo escenario natural que renunciara a sus apariciones. ¡Con qué gracia lograba metamorfosis de pánico! Fue alarido en las márgenes de ríos, espanto indefinido en la cueva de algún monte, criatura infernal en los abismos y bosques, fue también alma en pena merodeando casonas y panteones. Fue terror del viajero en el cruce de caminos, su rapidez de bandido inmensurable era prestigiada por su arma contundente: bolas de fuego rasgando la negrura del cielo.

Sus principales aficiones, para orgullo de su cofradía, eran practicar gemidos al compás del viento o telequinesis frente a un público de ojos azorados; proyectar sombras indecisas en rincones inusuales o extraer crujidos de maderas añejas en mitad del silencio.

Nada era comparable con el gozo que le provocaba el golpear de un corazón acelerado por el miedo, percibir las frentes perladas de sudor helado, el escalofrío recorriendo con lentitud una espina dorsal o unos cabellos erizados hasta la comicidad. ¡Qué tiempos los de entonces! ¡Qué manera de existir en el mundo de los vivos!

En sus apariciones de cuerpo entero, un reflector de luna infundía un terror cierto e inspiraba historias donde sus cadenas resonaban arrastrándose de boca en boca durante generaciones.

Eso era respeto ganado a pulso en centenares de años, ésa era la dignidad ostentada en el vaivén de su cuerpo blanquecino de sábana.

Ahora, en la punta gótica del actual escepticismo, el fantasma, convertido en gárgola, prepara su caída. Su ruina empezó con la Universal Pictures y su legión de monstruos y fantasmas “de pacotilla”.

Ya tendrán un libreto y un suicidio más en la conciencia, Columbia y Paramount Pictures.

2 de enero de 2011

LUCY Y EL MONSTRUO

Ricardo Bernal


Querido Monstruo:

Ya no te tengo miedo. Mi papi dice que no existes y que no puedes llamar a tus amigos porque ellos tampoco existen. Cuando sea de noche voy a cerrar los ojos antes de apagar la luz del buró y voy a abrazar bien fuerte a mi osito Bonzo para que él tampoco tenga miedo. Si te oigo gruñir en el clóset pensaré que estoy dormida. No quiero gritar como siempre. No quiero que mi papi se despierte y me regañe.

Ya sé que me quieres comer, pero como no existes nunca podrás hacerlo; aunque yo me pase los días pensando que a lo mejor esta noche sí sales del clóset, morado y horrible como en mis pesadillas… Mañana, cuando juegue con Hugo, le voy a decir que te maté y que te dejé enterrado en el jardín y que nunca más vas a salir de ahí. El se va a poner tan contento que me va a regalar su yoyo verde y me va a decir dónde escondió mis lagartijas (siempre ha dicho que tú te las comiste, pero eso no puede ser porque mi papi me dijo que no existes y mi papi nunca dice mentiras).

Voy a dejarte esta carta cerca del clóset para que la leas. Voy a pensar en cosas bonitas como en ir al mar, o que es navidad, o que me saqué un diez en aritmética.

¡Adiós, monstruo!, que bueno que no existas.


Mi pequeña Lucy:

¿Cómo que no existo? Tu papi no sabe lo que dice.

¿Acaso no me inventaste tú misma el día de tu cumpleaños número siete? ¿Acaso no platicabas conmigo todas las noches y te asustabas con los extraños ruidos de mis tripas?

Todas las noches te observé desde el clóset y tú lo sabías… Aunque nunca me viste conocías de memoria mis ojos, mi lengua y mis colmillos; pues todas, todas las noches me soñabas.

Por eso cuando leí tu carta sentí tanta desesperación. Por eso destrocé tus juguetes y me comí de un solo bocado a tu delicioso osito Bonzo.

Lo juro Lucy, tú ya estabas muerta.

Tenías los ojos abiertos y cuando toqué tu barriguita estaba más fría que mi mano. Seguramente te mató el miedo y yo no pude comerte pues no me gusta el sabor de los niños muertos. Lo único que hice fue regresar al clóset y llorar de tristeza hasta quedarme dormido… ¡Pobre Lucy! ¡Pobre Lucy y pobre monstruo solitario!

Ahora tendré que salir de aquí, alejarme de los adultos que cuidan tu pequeño ataúd y dejar esta carta donde puedas encontrarla… Necesito la risa de un niño y necesito el miedo de un niño para seguir vivo.

Por cierto Lucy, ¿dónde dices que vive tu amigo Hugo...?