Escuer y Bernal

14 de enero de 2011

EL FANTASMA

Graciela Noyola


En el principio, la leyenda le otorgó una majestad de siglos. Su voz de cascada intermitente reblandeció los muros de las ruinas.

No hubo escenario natural que renunciara a sus apariciones. ¡Con qué gracia lograba metamorfosis de pánico! Fue alarido en las márgenes de ríos, espanto indefinido en la cueva de algún monte, criatura infernal en los abismos y bosques, fue también alma en pena merodeando casonas y panteones. Fue terror del viajero en el cruce de caminos, su rapidez de bandido inmensurable era prestigiada por su arma contundente: bolas de fuego rasgando la negrura del cielo.

Sus principales aficiones, para orgullo de su cofradía, eran practicar gemidos al compás del viento o telequinesis frente a un público de ojos azorados; proyectar sombras indecisas en rincones inusuales o extraer crujidos de maderas añejas en mitad del silencio.

Nada era comparable con el gozo que le provocaba el golpear de un corazón acelerado por el miedo, percibir las frentes perladas de sudor helado, el escalofrío recorriendo con lentitud una espina dorsal o unos cabellos erizados hasta la comicidad. ¡Qué tiempos los de entonces! ¡Qué manera de existir en el mundo de los vivos!

En sus apariciones de cuerpo entero, un reflector de luna infundía un terror cierto e inspiraba historias donde sus cadenas resonaban arrastrándose de boca en boca durante generaciones.

Eso era respeto ganado a pulso en centenares de años, ésa era la dignidad ostentada en el vaivén de su cuerpo blanquecino de sábana.

Ahora, en la punta gótica del actual escepticismo, el fantasma, convertido en gárgola, prepara su caída. Su ruina empezó con la Universal Pictures y su legión de monstruos y fantasmas “de pacotilla”.

Ya tendrán un libreto y un suicidio más en la conciencia, Columbia y Paramount Pictures.