Escuer y Bernal

5 de agosto de 2009

EL HOMBRE-CIUDAD

Jorge Márquez


¡Cuántos morirían por causa suya! Ignoraba que las criaturas que lo habitaban serían aplastadas, se ahogarían entre mareas de sudor, o arderían por la fiebre de su agitación. Nada de eso preocupaba al hombre-ciudad: sus pensamientos ocupaban la escala de su entorno inmediato y nada sabía de la existencia al nivel de su cuerpo mismo. Ignoraba que no envejecía; tampoco necesitaba comer, pues ellos lo reconstruían, a partir de las ruinas que dejaba su negligente actividad. Constituían su carne edificios imperceptibles para un Lilliputiense; calles y drenajes eran sus venas, y al deambular por el mundo, mantenía aquel otro en constante vaivén. Y aunque los conociera, ¿qué importancia tenían seres insignificantes, que jamás vería o escucharía, mientras hacía el amor a una mujer-ciudad?