Mónica Sánchez Escuer
La luz se apaga y dos luciérnagas se esconden en los ojos de la niña. Duerme. Busco un orificio, un pliegue de la gasa por donde infiltrarme. Inútil. Quiero jugar en el laberinto de su oreja y probarla. Sus párpados tiemblan. Tal vez el aire es más denso allá donde sueña porque respira muy hondo. De su pecho salen vocecitas roncas que parecen contar una historia turbia. De pronto se agita: la veo retorcerse toda, gemir, enredarse entre las sábanas. Intento traspasar la tela pero mis alas se atoran. ¿Qué soñará que le ha puesto los labios morados? Oigo un grito, despierto: mamá me carga, me besa. Me acuesta de nuevo. Acomoda la manta de cielo que protege mi cuna, la sacude, tira a un mosco atrapado en ella. Lo pisa. No sé por qué lloro.