Escuer y Bernal

29 de septiembre de 2010

¿Y SI SE FUERA LA LUZ?

Martha Eugenia Colunga Bernal


Esa clase de preguntas habían regido la vida de Clarence desde que tenía memoria: ¿Y si Sor Mary se queda dormida y no se acuerda que yo estoy aquí encerrada?, ¿y si hubiera llegado más temprano me hubieran dado a mí el trabajo?

Cuando, en su adolescencia, aparecieron los primeros períodos depresivos sus cuestionamientos se hicieron más profundos: ¿Y si hubiera tenido una familia?, ¿y si hubiera ido a la escuela?, ¿y si no hubiera conocido a Mike…?

― Buenos días, Clarence, ¿puedo pasar?

― Por supuesto, padre, usted siempre es bienvenido.

― ¡Vaya!, sí que te estás dando un banquete eh?... Hummm, pavo, ¿te adelantaste tu Navidad?... ¿Es tu último cuadro? ¡Está precioso, hija!, ¿lo vas a vender, a donar o a regalar?

― ¡Ay, padre, respire! ¿Qué quiere que le responda primero? Sí, me adelanté mi Navidad… no, es el primer cuadro que pinté aquí… no, quiero que lo pongan en la tumba de Mike.

― ¿Y eso, por qué, hija? Déjame adivinar; a ver, el paisaje de Kentucky con las torres petroleras en el horizonte, supongo que es donde lo conociste ¿no? Y quiero creer que todas esas rosas amarillas significan que al fin lo perdonaste…

― No, padre, las rosas son las que él me daba a mí cada vez que me pedía perdón por algo.

Al salir el sol, ya sujeta a la silla, Clarence verá al Padre Rogers en la primera fila de los testigos, portando un ramo de rosas amarillas para ella. Mirará los ojos azules del guardia que le pone la capucha y su último pensamiento antes de que el Alguacil de la orden de subir el switch será: ¿Y si se fuera la luz…?