Sergio Gaut vel Hartman
De pronto, todo se iluminó. Había estado sumido en la oscuridad sin tiempo y aquello fue como un inesperado despertar. Pero la escena no era la esperada, si esperaba algo concreto. Y la orden tapó todo lo demás.
—¡Disparen!
Disparó antes de saber qué hacía. Soy un soldado, chisporroteó un pensamiento. ¿Lo soy? Otra andanada de órdenes: posición, disparo, cubrirse. El fango lo recibió como una amante tierna. Y al mismo tiempo, junto con la respuesta del enemigo, llegó una ráfaga de nociones, una vida pasada, entera, ubicada del otro lado de un muro de vidrio. La pausa duró sólo un segundo.
—¡Disparen!
Obedeció, claro, no podía hacer otra cosa. Pero al mismo tiempo, dejó que la memoria penetrara la piel del momento. Y entonces recordó. Tenía cáncer. Había muerto. Pero la guerra necesitaba soldados. Y la tecnología de nuestros días hace maravillas.
—¡Disparen!
De pronto, todo se iluminó. Había estado sumido en la oscuridad sin tiempo y aquello fue como un inesperado despertar. Pero la escena no era la esperada, si esperaba algo concreto. Y la orden tapó todo lo demás.
—¡Disparen!
Disparó antes de saber qué hacía. Soy un soldado, chisporroteó un pensamiento. ¿Lo soy? Otra andanada de órdenes: posición, disparo, cubrirse. El fango lo recibió como una amante tierna. Y al mismo tiempo, junto con la respuesta del enemigo, llegó una ráfaga de nociones, una vida pasada, entera, ubicada del otro lado de un muro de vidrio. La pausa duró sólo un segundo.
—¡Disparen!
Obedeció, claro, no podía hacer otra cosa. Pero al mismo tiempo, dejó que la memoria penetrara la piel del momento. Y entonces recordó. Tenía cáncer. Había muerto. Pero la guerra necesitaba soldados. Y la tecnología de nuestros días hace maravillas.
—¡Disparen!