Escuer y Bernal

14 de octubre de 2011

LILY DE LOS VALLES

Sofía Alvarado


Soñé con un rostro que no había vuelto a ver desde mi infancia. Tenía unas facciones bellísimas y moviendo sus labios delgados, parecía estar diciéndome algo que, sin embargo, yo no podía escuchar.

Cuando desperté, estaba confundida y mi cabeza me mataba. Perezosamente, conseguí llegar hasta el baño, donde lo noté por primera vez. Justo en el lagrimal de mi ojo, muy bien acomodado, surgía un brote verdoso. Extrañamente, su aparición no me inquietó, o por lo menos no como debió haberlo hecho. Con un movimiento rápido, lo arranqué de su lugarcito y lo sostuve entre mis dedos, escudriñándolo, y llegando a la conclusión de que ya había visto algo como eso antes… Pero sin recordar dónde…

Durante todo el día, el asunto no volvió a mi cabeza... Había comenzado a trabajar durante el verano, para conseguir algo de dinero extra. Y aunque se trataba de una simpleza, ocupaba mi mente lo suficiente como para no poder divagar demasiado.

Esa noche, volví a soñar con aquel rostro. Aún no podía interpretar lo que me decía, pero por lo menos ahora comenzaba a recordar quién era.

Lily…

Así se llamaba. Era una amiga, eso creo. Solíamos jugar cuando yo era niña.

En adelante, cada noche soñaba con ella. Ya no era sólo su rostro, comencé a recrear en mi cabeza aquellos días que pasábamos juntas. Dormir se convirtió en una especie de adicción. Y, cada mañana, yo despertaba con más y más brotes surgiendo de mi ojo izquierdo. Llegó un momento en el que dejé de arrancarlos y les permití que crecieran como se les viniera en gana; de todos modos, nadie a mi alrededor parecía extrañarse al verlos surgir en un lugar tan incómodo y poco conveniente. Sólo yo les daba especial importancia.

La cabeza no dejaba de palpitarme durante todo el día. Acompañando el dolor, un insoportable zumbido retumbaba en mis oídos. Había pensado en contarle a mi madre, para que me llevara con el doctor, pero extrañamente lo olvidaba. Las molestias sólo se detenían en la noche, mientras dormía.

En esos momentos, nuevos recuerdos de Lily regresaban a mi mente…

Solíamos jugar juntas en mi jardín, lejos de la vista de mamá.

Escapábamos a través de un agujero, hasta un campo de flores. Recuerdo haberla conocido allí.

Cierta noche, me despertó un agudo dolor, muy distinto al de mi cabeza. Al observarme en el espejo, descubrí su causa. Un espeso arbusto de florecillas rosadas crecía y se entrelazaba en el sanguinolento desastre en el que se había convertido mi cuenca ocular, sin dejar evidencia alguna de lo sucedido al ojo allí antes habitante. Le dirigí a mi reflejo una mueca de fastidio… Antes de que se interrumpiera el sueño, finalmente había escuchado su voz, después de tanto tiempo.

Para cuando amaneció, yo ni siquiera me había molestado en limpiarme el rostro. Pasé la noche entera intentando volver a dormir, pero no pude.

No fui a trabajar. En lugar de eso, me quede en casa, rememorando y soñando despierta.

Lily… aún ahora me era fascinante. Me preguntaba, ¿qué le habría sucedido? ¿Por qué nos habíamos distanciado?

Soñé con el campo de flores. Las reconocí como aquellas que crecían en mi ojo.

Ambas estábamos sentadas. Ella tomaba mis manos y me miraba profundamente.

—Algún día volveré por ti —parecía responder a algo que yo había dicho—. Entonces estaremos juntas de nuevo.

Por primera vez, despierta, recordé algo sobre ella.

Yo tenía una muñeca de porcelana. Mi madre me la había dado y aparentemente era un tesoro familiar. No recuerdo ahora cómo era, ni si le había puesto un nombre.

Lily y yo jugábamos con esa muñeca todo el tiempo. Un día, le estrellé la cabeza contra un banco del jardín. Pero no fue accidental.

Se le rompió el lado izquierdo del rostro y se cayó su ojo de cristal. La llenamos de tierra y plantamos unas florecillas en su cráneo de muñeca.

—Le envenenaste el corazón ­—me dijo ella riéndose­—. Esas malvadas flores extenderán sus raíces hasta el corazón de la muñeca, y lo envenenarán.

Esa fue la última vez que vi a Lily.

Hacía tiempo que no vivíamos en la casa de mi infancia, por lo que no encontré demasiados recuerdos en el ático. Deseando saber más, decidí por fin hablar con mi madre, pensando que quizá ella pudiese contarme más sobre Lily y lo que solíamos hacer juntas.

Esa tarde me había sentido especialmente mal, y el zumbido parecía haber aumentado de intensidad, de manera que me era muy difícil ponerle atención, a pesar de lo interesada que estaba en sus palabras.

Comenzamos platicando de nuestro tiempo juntas, en mi niñez. Conforme hablábamos, un sentimiento de melancolía parecía crecer en mi pecho.

Le pregunté acerca de mi gran amiga de la infancia, a quien ella solía consentir de vez en cuando. Como respuesta, se rió.

—Oh, sí. Lily. La reencontré un día, mientras nos mudábamos. Pero alguien convirtió su cabeza en maceta, y tuve que tirarla a la basura.

Escuche apenas lo último que dijo, mientras el zumbido aumentaba en mi cabeza.

Perdí la conciencia.

Podía escuchar un poco de lo que sucedía afuera de mi mente. Adentro, el zumbido.

—Lo lamento ­—susurró una voz­—. El tumor es maligno… e inoperable.

Afuera, el llanto de mi madre.

Adentro, el zumbido, que ya podía interpretar... La dulce y venenosa voz de mi muñeca.

—Volví por ti.