Guillermo Samperio
Una mujer desnuda de la cintura hacia arriba, de piel muy blanca, eleva los brazos, sosteniendo un enorme manguillo con plumilla. El pintor, con trazos veloces, la sigue coloreando sobre la tela. En un momento dado, ella le dice al artista que no cree aguantar más tiempo. El artista le responde, un tanto molesto, que él le paga por hora. Ella le contesta que debió mandar a hacer un manguillo con madera menos pesada. El pintor le contrarresponde que no llevan trabajando ni siquiera 45 minutos y que se aguante. La modelo, ahora también enojada, le avienta el manguillo al pintor. La plumilla se clava, con exactitud, en el corazón del hombre, quien empieza a caer de espaldas, intenta agarrarse de las cortinas, detrás de las cuales se desvisten y visten las modelos, pero sigue cayendo con todo y cortinas, bancos, telas preparadas, otros triques, hasta que se derrumba, de un golpanazo, contra el suelo. La mujer se lleva la mano derecha hacia la boca abierta, tan abierta que recuerda el famoso cuadro de Eduard Munch titulado El grito donde un ser, quizá un hombre extraño, tiene abierta una bocaza al cruzar un puente.
Mientras la modelo ve al pintor, con seguridad muerto, se da cuenta de que el artista se va desdibujando hasta desaparecer, mientras el manguillo cae de forma estruendosa sobre el piso de duela y se derraman los breves botes de pintura en el suelo, creando un cuadro abstracto, corriente pictórica que el artista desaparecido despreciaba.