Doris Camarena
Te recibe el hombre de siempre, sentado ante el escritorio. Te hace preguntas y se remueve dentro de su traje café, detrás de sus anteojos impenetrables. Te pide mil documentos que enuncia con su aliento a putrefacción y pastillas de menta. Tus manos tiemblan mientras vas entregando los papeles que él manosea. Tienes miedo de ese hombre, de sus dedos sebosos tocando tus fotografías de infancia, las cartas de tu primera novia, los poemas que una vez te publicaron. Quisieras largarte de ahí, pero el miedo te inmoviliza y sólo consigues alejarlo cuando logras limpiar las manos sudorosas en tu traje café, cuando te llevas una pastilla de menta a la boca y, ajustándote los anteojos, te preguntas por qué se te hace tan conocido el tipo que te está entregando su solicitud de empleo.