Gilda Manso
Te asustó mi condición tricéfala, lo noté en tu expresión; creyéndote el cuento, sacaste la espada de la piedra y de un tajo limpio y experto me despojaste de una cabeza. Te preparaste para degollar la segunda y te sentiste perdido al ver que del hueco primero me crecían tres cabezas más. No hace falta ser un matemático para entender que no te convenía insistir en tu manía segadora. Yo quise serenarte, quise explicarte que jamás te haría daño, que cada una de mis cabezas piensa en vos noche y día con terquedad amorosa, pero no hubo forma: te quebraste en un llanto aterrado y corriste a refugiarte en los brazos y en la cabeza única de una mujer normal, cuyo árbol genealógico está libre de extravagantes animales mitológicos.