Los capitanes, los guías de caravana, los hombres que viven en medio del silencio lo saben. Miran a sus marinos, el inexperto, a los que nunca han recorrido esas rutas, observando el agua, la arena, la quietud. Saben que lo inabarcable es fascinante en sí, pero también que hay abismos en esa contemplación. No las sirenas que llaman a la muerte, djins que tejen falsos oasis, mujeres de blanco entre la niebla. Peor. Ahí se encuentra esa imagen terrible, acerada, infinitamente dolorosa.
Si uno observa con cuidado el infinito, siempre, en lo más profundo, acabará encontrando su propio rostro.
Si uno observa con cuidado el infinito, siempre, en lo más profundo, acabará encontrando su propio rostro.