Libia Brenda
Para Ricardo
Alguien llama a la puerta. Me apresuro a abrir y, al encender la luz, la veo. La sombra se mueve suavemente sobre el dintel. Me digo que no pasa nada: es una mariposa. Negra, pero una mariposa. Parece que me mira, algo brillante me hace un guiño desde el centro de dos pupilas que son pozos esperando tragarse mi alma. Es una mariposa. Tomo aire, repito palabras como ‘inofensivo’, ‘frágil’, ‘animalito’. Avanzo hacia la puerta, el sonido del timbre me sobresalta. Es una mariposa. Junta las alas y veo el perfil ciego de una pequeña bestia con intenciones ocultas. Es una mariposa. Es enorme. Abro la boca y la voz se me atora en las encías. Es sólo una mariposa…
El sonido del timbre insiste. La mariposa ya no parece tan grande, pero no puedo cruzar la entrada bajo ese signo oscuro; mi invitado se va, no sabe que estoy de pie en el pasillo. Acabo de darme cuenta, la mariposa no se moverá nunca: yo tampoco. Dos ojos que no lo son, algo que brilla en el centro, las alas como sábanas que se extienden por la casa, que me cubren despacio quitándome el aire. Alguien llama a la puerta.