Pavel Brito
Detrás de la cortina de una casa de plástico color ladrillo, el pequeño autómata juega con su tren de juguete frente al fuego de isótopos de la chimenea. El maquinista lo saluda con oxidados chuchús. Diminutos pasajeros de cuerda toman el té y entablan conversaciones de engranes y tornillos. Papá Autómata lee el periódico de lámina plateada, sorbe su taza vacía de café, arquea las cuchillas que coronan sus ojos de microscopio electrónico. Mamá Autómata borda paisajes alpinos con sus dedos de máquina de coser. Un gato mecánico salta sobre una pelota repetidamente con movimientos autistas.
De pronto, el sincronizado tictactóc de sus corazones se detiene. Una tenaza gigante entra por la ventana. El colosal Dios Autómata otra vez le da cuerda a sus creaciones. La ciudad le llega a las rodillas de acero inoxidable. Afuera, las aspas de miles de dinamos dan vueltas y vueltas por todo el planeta. En cualquier momento darán las ocho de la noche, y un autómata más grande tendrá que desconectarlos antes de irse a dormir.