José Galán
Frente a la hoja en blanco, ese estanque sin reflejo, se impacienta el lápiz y quiere llenar los silencios con letras, puntuación y signos de la voz de la bestia acorralada en mí. Lucha por marcar con su garra la pureza del papel virgen. Tanto qué decir desde las entrañas gastadas por el uso conciso del lenguaje, tanta tinta y mi mano que ya no responde al mandato que perdió el eco de su dueño. Pero la cadena de cantos callejeros debe abrirse en la laguna del papel sereno, imponer su ritmo, agitar el silencio aunque mi lengua no acate órdenes. El dictado oscila a baja frecuencia y no alcanza siquiera la pictografía de mi corazón bombero. Mi bestia me abre por dentro, me desgarra con su arma de marfil para dejar en claro que la intimidación de una página sin huesos sólo transmite el agotamiento del momento. Dejaré caer sólo un no y sus ondulaciones llegarán y desparramarán el tintero. Y seguirá este estanque sin tener reflejo.
Frente a la hoja en blanco, ese estanque sin reflejo, se impacienta el lápiz y quiere llenar los silencios con letras, puntuación y signos de la voz de la bestia acorralada en mí. Lucha por marcar con su garra la pureza del papel virgen. Tanto qué decir desde las entrañas gastadas por el uso conciso del lenguaje, tanta tinta y mi mano que ya no responde al mandato que perdió el eco de su dueño. Pero la cadena de cantos callejeros debe abrirse en la laguna del papel sereno, imponer su ritmo, agitar el silencio aunque mi lengua no acate órdenes. El dictado oscila a baja frecuencia y no alcanza siquiera la pictografía de mi corazón bombero. Mi bestia me abre por dentro, me desgarra con su arma de marfil para dejar en claro que la intimidación de una página sin huesos sólo transmite el agotamiento del momento. Dejaré caer sólo un no y sus ondulaciones llegarán y desparramarán el tintero. Y seguirá este estanque sin tener reflejo.