Marcial Fernández
Mefistófeles, como un acto más de perversión, decidió venderle su alma inmortal al doctor Fausto, quien le procuró vejez, ignorancia y nulos poderes mágicos. Con ello, Mefistófeles acrecentó su virtuosismo: nunca hasta entonces odio tanto a la humanidad; nunca hasta entonces se sintió tan dichoso. Felicidad sólo comparable con el horror de su condena: vivir en el cielo.