Escuer y Bernal

31 de marzo de 2011

UMBRAL

Mónica Sánchez Escuer

al Bernal 


Fue ahí, en el quicio de tu puerta donde se atoraron todas mis huidas.  Ahí me encontraste hace meses recogiendo mis ganas de escapar regadas en el piso: el último de mis intentos se me había caído con el bolso justo en el umbral.

Al día siguiente, lo recuerdo bien, compraste un pequeño espantapájaros y lo colgaste del techo, muy cerca de la puerta: para que no entren los malos sueños  que te revuelven la cabeza, me dijiste. Pero no, esos ya estaban dentro y tú lo sabías.

Nunca supe por qué, pero ese día me empezaste a acariciar distinto, con las manos abiertas como quien roza una divinidad y no se atreve a despertarla. Semanas después llegaste a decirme que no querías manchar mi carne con los líquidos turbios de tu cuerpo y me tendiste en otra cama. No me necesitabas más que para adorarme, como se adora a una virgen de ojos tristes: a distancia, con compasión, con lástima.  

Desde ese día me ausenté sin marcharme. Ya no estaba ahí: había logrado burlar al espantajo colgado del techo que no consiguió asustar ni uno sólo de mis pájaros. No te veía ni te escuchaba, sólo sonreía de vez en cuando para que no sospecharas.

Tú no lo sabías, pero yo no estaba ya cuando, al martillar los clavos sueltos de la repisa, en un movimiento brusco te cayó encima mi gran elefante de la suerte. No te escuché pedirme ayuda desde el charco de tu sangre y tampoco vi el último movimiento de tus ojos maldiciéndome.

Yo ya estaba lejos, muy lejos, cuando mi cuerpo atravesó por fin el umbral de tu casa y salió a buscarme.