Miguel Antonio Lupián
Sé que estás en la esquina de la habitación, escondido entre la pintura resquebrajada. Esperas a que suelte el libro y duerma para introducirte por mi boca y disfrutar del calor de mis vísceras. Siempre ha sido así: despertar con la piel amoratada y con mal aliento, descubrir tus excrecencias en mis ojos, sentirte en las manos y en los muslos, cortarme, hurgar en mis venas, desmayarme, despertar anémico y aturdido, sin saber nada de ti… Pero esta noche no me vencerás. En unos minutos cerraré los ojos y cuando te sienta sobre mis labios te morderé hasta destrozarte. Luego escupiré tus restos en el libro y lo colocaré en la repisa, junto a los libros que contienen a los demás visitantes.