–Ven mañana a las seis. Manolo se fue de su casa. Necesito un monaguillo.
Susurró el sacerdote acercando sus gruesos labios a la oreja de Juan.
–Polvo eres y en polvo te convertirás. Añadió en voz alta y estampó en la frente del niño el sello con las cenizas, aún tibias, de Manolo.