Regina Swain
Ese día amaneció con la cabeza al revés. Claro que se asustó. Claro que deseó no haber bebido tanto anoche. Pero era miércoles y no tuvo tiempo de darle vueltas al asunto. Se puso los zapatos, se maquilló como pudo y salió hacia su trabajo esperando que nadie se fijara en ella. En la oficina todos aparentaron no darse cuenta, pero era como intentar no ver el moco, la mancha roja en la alfombra o la cicatriz espantosa en la cara ajena.
Todos fingieron no verla y después, uno a uno, corrieron a encerrarse en el baño a mirarse al espejo: deseaban que nadie reparara en el tercer ojo, los cuernos o las colas de cerdo que escondían entre sus ropas.