Paola Jauffred
Las flores del tapiz de la cocina están desteñidas, como dispuestas a la extinción. Remedios las mira y da otro sorbo a su taza de té. Entonces parpadea la luz de neón en el techo y por fin deja de zumbar. Desaparece la mesa del desayunador, la taza de té, las paredes, y al final desaparecen las manos de Remedios. Ella se inquieta, espera visitas. Por eso se había arreglado, por eso había ido a comprar pan dulce y había limpiado la casa. Siente vergüenza de que la encuentran así, a solas y a oscuras. Tanta, que se incorpora para buscar una vela.
Cuenta sus pasos. La alacena debe quedar a unos cinco. Pero rebasa los seis, pasa por los dieciocho y ya para los veintitrés pasos contados, sin encontrar nada adelante, comienza a sentir miedo. Su desayunador es cada vez más grande y sigue avanzando sin topar con nada. Es, piensa, como si estuviese caminando en algún punto del espacio más allá de las estrellas. Su única referencia es su propio movimiento. Estoy muerta, acaba por concluir y se deja caer con la respiración entrecortada. Estoy muerta, se repite, ahora llorando y escucha el llanto de una niña. Guarda silencio, el llanto se detiene. Vuelve a llorar y descubre que el llanto infantil proviene de ella misma.
-Calla que nos encuentran -la interrumpe la voz de otra niña.
-¿Quién eres? -pregunta Remedios con su voz de niña y busca a tientas.
-Tu hermana , ¿quién voy a ser? -responde la otra-, silencio que viene Rodrigo.
Pero es demasiado tarde. Rodrigo grita desde algún sitio cercano que ya las ha visto escondidas en la cocina. Luis enciende una luz. Están los cuatro juntos en la vieja casa de Madrid que todavía huele a los guisos de medio día. Remedios contempla azorada a su hermana mayor.
-Pero qué ¿no te habías muerto? -pregunta sin miramientos. Rodrigo y Luis ríen pero a su hermana no le cae en gracia la pregunta.
-Hagámoslo otra vez, pero yo no cuido a Remedios -desvía el tema.
-Otra vez, otra vez -corea Luis.
-¿Y quién cuida a Remedios ? -dice Rodrigo
-Esta bien -apechuga su hermana, y la toma de la mano.
-Ya no lloro, te lo prometo.
-¿Listos? -pregunta Luis y apaga la luz.
La mano de su hermana, calientita, con las uñas cortitas, la guía hasta abajo de una mesa.
-No hagas ruido ¿eh? -y se acomoda muy cerca de ella. Ambas respiran agitadas por la carrera.
-Voy a buscarlas -anuncia Rodrigo.
Remedios procura respirar más silenciosamente. Los pasos de Rodrigo se alejan y su hermana le aprieta la mano emocionada.
-Shhh, todavía nos puede descubrir -susurra soltándola. Remedios, sin ver nada, sin escuchar nada, no hace ningún ruido. Pasa un rato y de nuevo siente miedo, pero ha prometido no llorar. Busca la mano de su hermana. No está, tampoco la mesa bajo la que se habían escondido.
-¿Dónde están? -grita alarmada- Oigan yo ya no juego, ¿dónde están?
Corre en la oscuridad. Cuenta sus pasos y pierde la cuenta. Allá ve una lucecita. Es Luis, piensa, me están jugando una broma. Y se apura a llegar hasta donde la lámpara. Su flama parpadea y apenas ilumina a la joven que la porta. Viene descalza y sale de la oscuridad como desgarrando un muro grueso.
-¿Otra vez te has extraviado Remedios? -dice y la toma de la mano, igual que su hermana lo había hecho hacia unos momentos. Juntas caminan ya sin contar pasos hasta una pared.
-Ahí estas -dice señalando adelante. Remedios se asoma. La luz emergente ilumina su rostro adulto. Está sentada, inmóvil, con una taza de té en las manos. El foco de neón parpadea y de nuevo su zumbido se extiende por toda la cocina. El té esta caliente y las flores del tapiz siguen desteñidas, como esperando la extinción. En cualquier momento llegarán las visitas.