Óscar Alejandro Luviano
Cuando los espantapájaros crecen, y pasan de ahuyentar gorriones a matar buitres del susto, se les caen los dientes, que son recogidos por grandes camiones y comercializados como copos de avena, idénticos a esos que te estás comiendo, en este momento, en un platote con leche, mientras lees esta historia impresa en el reverso de la caja del cereal. No sientas pena por los espantapájaros chimuelos: al poco tiempo, les brotan nuevos dientes de maíz, dorados como el oro, resistentes, que también se les caen, y son recogidos por grandes camiones, para ser comercializados como hojuelas de maíz. Pasados unos meses, al espantapájaros le brotan dientes blancos blancos, dientes auténticos. Entonces el espantapájaros puede bostezar y caminar por sí mismo, cosas que hace sin demora. Abandona su estaca en medio del campo, y va a todas partes pegando de gritos y con las manos en alto. Lo hace por el vértigo que le produce el movimiento. Si hubieras vivido por años colgado de una estaca, incluso la más leve brisa te haría sentir como si fueras en el primer coche de la montaña rusa. Cuando su esqueleto de madera se ha convertido en un esqueleto de verdad, sus pelos de paja se convierten en cabellos de verdad, y su cara se pone rosada y redonda como la del niño de verdad que lee este cuento mientras una niña desde el otro lado de la mesa le observa furibunda, enojada porque no le has prestado la caja del cereal para leer este cuento. Ten cuidado: suele pasar que el niño (o sea tú) al llegar a este punto de la historia recuerda su pasado olvidado, cuando colgaba de una estaca por encima de un trigal, bajo el sol o la lluvia, con un esqueleto de madera, y grita: ¡NO PIENSO VOLVER A ESE MALDITO TRIGAL!, mostrando todos sus dientes de maíz, y arruinando el desayuno de todos. La niña, entonces, sonríe malvadamente, y aprovecha el pánico para tomar la caja para leer este cuento, que ahora empieza así: "Cuando las espantapájaras crecen..."