Adriana Reid
Miró con temor la página en blanco sin sospechar que era la página quien lo miraba. Se burlaba de él sabiendo que, aún cuando fuera capaz de vencer esas primeras letras, esas palabras y líneas iniciales, lo esperaban todavía cientos y cientos de otras como ella, igualitas, cándidas, blancas. Él escribía pero la página en blanco lo obligaba a borrar. A mantenerla pura, inmaculada. El escritor desesperaba en el intento de comenzar sólo para volver a borrar. Desesperado clavó su pluma fuente en la yugular. Su obra maestra. Su obra póstuma escrita con sangre. Una elegía. Su epitafio.