Ramón Gómez de la Serna
De pronto dejó de tener pesadillas y se sintió aliviado, pues habían llegado ya a ser una proyección obsédante en las paredes de su alcoba.
Descansado y tranquilo en su sillón de lectura, el criado le anunció que quería verle el señor de arriba.
Como para la visita de un vecino no debe haber dilaciones que valgan, le hizo pasar y escuchó su incumbencia:
—Vengo porque me ha traspasado usted sus sueños.
—¿Y en qué lo ha podido notar?
—Como vecinos antiguos que somos, sé sus costumbres, sus manías y sobre todo sé su nombre, el nombre titular de los sueños que me agobian a mí, que no solía soñar. Aparecen paisajes, señoras, niños con los que nunca tuve que ver. . .
—¿Pero como ha podido pasar eso?
—Indudablemente, como los sueños suben hacia arriba como el humo, han ascendido a mi alcoba, que está encima de la suya. . .
—¿Y qué cree usted que podemos hacer?
—Pues cambiar de piso durante unos días y ver si vuelven a usted sus sueños.
Le pareció justo, cambiaron, y a los pocos días los sueños habían vuelto a su legítimo dueño.