Paloma Zubieta López
No quiere cerrar los ojos porque sabe que vendrán por él, aunque ahora el cansancio cae sobre sus párpados y poco a poco, el cuerpo se relaja. Un crujido de madera lo espabila; como resorte salta de la cama y se asoma al pasillo. Todo está en orden, sólo fue su imaginación. Otro ruido y ya quiere mirar de nuevo; esta vez los ve acercarse entre las sombras; retrocede aterrado y cierra con llave la puerta. ¿Podrá detenerlos? Tiene que intentarlo. Se queda inmóvil en el centro de la habitación, sendas gotas de sudor le empapan la camisa. Un resplandor ilumina el marco de la puerta. Luego, el picaporte se mueve violento y como presa acorralada, se acuclilla en un rincón. Con un terrible estruendo, la puerta se viene abajo mientras él da un alarido. Cuando entraron, el cuerpo yacía en el suelo. La nota en el periódico argumenta que la cuadrilla de desalojo tenía permiso para invadir el domicilio, aunque eran otros los que él supuso que llegaban.