Escuer y Bernal

7 de octubre de 2009

BERETTA

Martha Eugenia Colunga Bernal


Si me pidieran describir en pocas palabras a mi mejor amiga; diría que es fiel, sedante y letal.


Letal porque esa es, precisamente, su función; sus demás cualidades las ha demostrado a lo largo de muchos años. Mi padre la tuvo desde nueva y yo la heredé en 1980; así que, prácticamente, es parte de la familia. Resulta tranquilizador saber que descansa en la almohada contigua, velando mi sueño y que lo primero que veré cada tarde al despertar, será su larga y oscura boca, en donde discretamente ella guarda pequeñas gotas de la sangre de Julián, Pedro, Santiago, Alejandro…


Desde hace catorce años, cuando Julián amenazó con abandonarme, agregué un ritual más a mi rutina casera. De madrugada, cuando cierra el bar y regreso a casa; después de la última cerveza que tomo mientras me desmaquillo y preparo para dormir, saco a Bere de mi bolsa, limpio con cariño su culata con incrustaciones de concha nácar; aceito y acaricio, casi con lujuria, su larga y negra corredera, cada “click” que hace al deslizarla me suena como un beso tronado. Cuido que su piel de acero quede brillante, libre de huellas, polvo y grasa; verifico que su cargador de 10 tiros esté completo y marco con un beso carmesí, la primera hermosa bala de 9 mm que estará en la recámara. La amartillo, le quito el seguro y, para demostrarle que la lealtad es mutua, la beso devota y largamente en la boca, para después acomodarla en la almohada izquierda de mi cama, a la altura de mi cabeza.


Si algún hombre quiere pasar la noche conmigo, tiene que ganarse primero la confianza de Bere. Ella sólo mata a los traicioneros.