Escuer y Bernal

1 de junio de 2012

LÁGRIMAS DESDE EL CIELO

Enrique Layna Ordóñez



─Lo que no se ha entendido es que esto viene de muy atrás, de antiguo...

El viejo Dough hizo un silencio para darle una fumada a su pipa. El sonido de los grillos en la noche nublada del Delta era el fondo perfecto para acompañar su voz de bajo. Su dentadura, en el rostro de edad inconmensurable, brilló al resplandor del foco amarillento que nos alumbraba desde la puerta de la casa hasta el patio donde se encontraban las mecedoras en las cuales estábamos sentados. Con la mano derecha se quitó el sombrero para abanicarse y ahuyentar los moscos. Prisa era lo último que uno podría sospechar que tuviera el viejo Dough, una tranquilidad que sólo alcanzan quienes sienten la eternidad, o los resignados a la imposibilidad de echar el tiempo en reversa: lo inútil que resulta lamentarse por las decisiones tomadas, o por las acciones que no nos atrevimos a realizar.

─El blues nació aquí, pero la escala de cinco tonos viene de la tierra madre, de las llanuras de Namibia y el arco de Dahomey, de ahí de donde los blancos trajeron a nuestros ancestros. ¡Ja! Allá en África, sólo los griots tienen acceso a la música. Su actividad es respetada y despreciada a la vez; no se considera una forma digna de existencia debido a su carácter errabundo, su inclinación a la indolencia y su abierto interés por las mujeres y el ocio en detrimento del trabajo en el campo y la asistencia a la mezquita. ¡Ja, ja, ja! ¿Te recuerda algo esa descripción? –El viejo Dough empezó a reír, y cuando lo hacía, ya no podía detenerse por un buen rato, ¿quién mejor que un bluesman para identificarse con las características de esos músicos africanos?

─ ¡Sólo cambiamos la mezquita por la iglesia y el djerkel por nuestra bendita guitarra de seis cuerdas!, ¡ja, ja, ja! –El viejo Dough hacía intentos esporádicos por llevarse la pipa a la boca, pero no podía dejar de reír.

Alguna mariposa debió acercarse mucho al foco pues su sombra magnificada aumentó el radio de oscuridad desde el sitio que ocupábamos hasta donde empezaban a crecer las plantas, un poco más allá del patio de Dough. Una brisa ligera comenzó a soplar y el movimiento de las ramas me hizo pensar en alguien que se moviera escondido por detrás de ellas. De pronto el viejo paró de reír y su cara denotó cierta suspicacia. Llevó su mano libre al corazón y en unos momentos recuperó la tranquilidad que lo caracterizaba.

─¿En qué estábamos...? ¡Ah, sí!, hablaba de mis colegas...

─¿Y si no eres un griot?

─También hay caminos para convertirte en uno, o para transformarte en un bluesman, aunque el precio que hay que pagar es alto...

Hasta ese momento noté que los grillos habían callado. Tampoco se escuchaba el zumbido de algún insecto, sólo el ligero rumor de las hojas agitadas por la brisa que por momentos arreciaba, como anunciando un huracán ubicado todavía a muchos kilómetros de la costa.

─Allá, quienes buscaban el Don de la música, sabían que había que pedirlo a Eshún, un Orisha, y que tenían que invocarlo a solas, en el cruce de caminos, cuando la luna plena brillara en medio del cielo estrellado y la luz plateada empapara sus espaldas...

─ ¿Por qué allí?

─ La encrucijada no es tan importante, no se refiere a un cruce de carreteras, no necesariamente. Más bien hace alusión al cruce de caminos celestes y terrenos... y quizá también subterráneos. El modo de interactuar con seres que no están en nuestro mismo plano es un cruce de caminos más bien vertical, por eso, quienes entienden el simbolismo acuden a los cementerios, porque los muertos saben guardar secretos, pero sobre todo porque las cruces son el enlace de los caminos entre los tres niveles.

Un perro aulló a la distancia y el viejo Dough guardó silencio por unos momentos. Luego continuó su narración.

─Por ejemplo a Robert, en principio, dicen que no se le daba mucho la guitarra, que de hecho Ron, el dueño del Sunrise House, le pedía que dejara de tocar pues le espantaba a la clientela. Entonces Robert desapareció durante unos meses. Hay quien asegura que una noche se sentó sobre la lápida del hombre que le dijeron fue su padre, y que cantó alguna tonada que sonó como ese perro aullando a la luna, y que de las tinieblas surgió la sombra de Eshún, el “Gran Hombre Negro”, como le llamamos en esta zona. Cuando Ron lo volvió a ver, el cambio que se había realizado en Robert le hizo pensar con seriedad que la leyenda era cierta. Había desarrollado una técnica diferente a la escuchada hasta entonces, tocando la base rítmica y la melodía a un tiempo, su voz era ahora como el llanto de un ángel caído y las letras de sus canciones hablaban de un cruce de caminos donde era otorgado el poder de manos de el Hombre Grande. Robert tuvo fama y mujeres hasta que se venció el plazo y Eshún vino por él y se lo llevó entre los delirios y espumarajos que echaba por la boca. Los menos crédulos dicen que fue el coctel de estricnina con ginebra que le preparó un marido burlado, pero yo creo que el Gran Hombre Negro se vale de diversos medios para cobrar sus cuentas.

¿Y no hay forma de evitar el pago?

El viejo Dough me dirigió una mirada oblicua, dio una chupada prolongada a su pipa, exhaló el humo y el aroma del tabaco se esparció por la atmósfera ahora totalmente quieta del entorno. Se quedó mudo durante medio minuto y luego siguió hablando.

─Lo que he oído no puedo asegurarlo, son piezas que he ido armando con eso y con mucha imaginación, no tengo pruebas pero... dicen que hubo un bluesman, uno de los pocos blanquitos que merecen el título, que fue a la encrucijada para que el Gran Hombre Negro le afinara su guitarra. Entonces empezó a tocar como ningún blanco lo había hecho, sin mucha pirotecnia pero con todo el sentimiento, con notas azules, tal cual debe ser tocado el blues. Entonces le llegó el éxito, se le comparó con un Dios. Vino el dinero, vino el amor, vino un hijo y casi enseguida el divorcio. El músico, durante los primeros años de vida de su vástago no pudo estar con él. Para cuando logró un trato con su ex-esposa el niño tenía cuatro años y el plazo del guitarrista para pagar su deuda con el Orisha estaba por expirar. Necesitaba más tiempo para poder estar con su hijo. Entonces buscó a un babaláo para que le preparara un amuleto, un mojo compuesto por hierbas y huesos y polvos que se guarda en un saquito del cual nunca debe separarse su propietario, lo tiene que guardar siempre del lado izquierdo para que los espíritus no puedan tocarlo. Pero a pesar de que el blanco hizo todo eso, Eshún encontró la manera de cobrarle, lo supe por el periódico: El condominio estaba en Manhattan, en la zona de los altos edificios. El mozo, un negro con estatura de basquetbolista a quien nadie volvió a ver jamás, limpiaba los ventanales del departamento que daban de piso a techo, los abrió para poder limpiarlos por fuera. Mientras, Conor, el hijo del White bluesman jugaba con la niñera. El niño entró corriendo a la estancia, esperando detener su impulso como siempre, en la transparencia del cristal; pero no encontró ningún obstáculo, se vio de pronto cayendo 50 pisos hasta la acera. Era el equinoccio de primavera.

El viento volvía a soplar y formaba pequeños remolinos con las hojas muertas, lágrimas minúsculas comenzaron a caer del cielo y nos incorporamos para dirigirnos a la casa. El viejo Dough extrajo un saquito de la bolsa de su camisa y dijo mientras lo apretaba:

─Por eso yo nunca tuve hijos.

Entramos y nos sentamos en los desvencijados sillones de su sala. En la mesa de centro había una botella de ron casero llena hasta la mitad. Dough sirvió en dos vasos que estaban ahí un tanto empolvados y bebimos en silencio. Me puse a pensar en Celie y en los niños, en cómo sería para ellos una vida sin privaciones. El viejo Dough tomó mi guitarra, tocó unos acordes de Crossroads y dejó sin afinar la quinta cuerda, que estaba demasiado floja.

─ ¿Estás seguro?

Por toda respuesta tomé la guitarra y salí caminando en silencio. El sendero que llevaba al cementerio parecía refulgir con luz propia bajo el esplendor de la luna llena en el cénit de un firmamento despejado. El viento del sureste soplaba fuerte, me urgía a avanzar, parecía murmurar mi nombre.