Escuer y Bernal

13 de junio de 2012

LA PARTIDA

Daniela Castro Nosti


El viento soplaba, haciendo que los árboles crujieran y las hojas ya caídas se levantaran, cual vestidos de muñeca hace tiempo arrumbada. Cualquier ser inteligente se habría quedado en casa, sentado junto al fuego, pero siendo el universo impredecible como lo es, no tuve más remedio que tomar mi abrigo azul y salir a la calle.

La noche, de homogénea negrura, me cobijó mientras recorría paso a paso las sigilosas avenidas que horas antes simulaban la atareada vida de un hormiguero, un impulso casi perverso movía mis pies, que parecían conocer de memoria el camino, aunque yo no supiera a donde me dirigía, todo se llenaba de bruma ante mis ojos. Finalmente me senté en el banco de un parque desconocido, el valiente general de alguna guerra centenaria me miraba desde su caballo detenido en dos patas sobre la base del monumento.

Mis pies no tenían la intención de moverse más, me pregunte si esta extrañeza que sentía de repente era alguna condición médica o si se trataba de algo que ningún científico podría resolver.

Suspiré, no importaba, yo estaba ahí, sentada y ese gentil caballero me miraba con sus ojos profundos de piedra, perdida en ellos me deslicé como un fantasma, subí al monumento, me imaginé el dolor de su esposa, acaso con el vientre abultado como el mío, esperando que el niño pudiera ver a su padre fuera de las fotos. Imaginé, o quizás recordé, como sería la despedida, una lágrima rodó por mi mejilla y estiré mi brazo esperando retenerlo. De alguna forma se me había dado esta oportunidad, de verlo una vez más, de perderme en sus ojos.

Y esta vez, era yo la que se iba.