Diana López
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez
Carlos Gardel
Es un tango vacío el que llena la hora de tu ausencia. Es una pieza gris la que conmueve a las imágenes eróticas del fin de mi planeta. Es con un bandoneón con el que vuelve a mí tu cuerpo, húmedo y fresco. Es la melodía de un violín exasperado la que trae a mis oídos tu respiración convulsionada de amor, temblando.
Te siento entre mis brazos como la primera vez, eterno. Resbalándote, sumergido en la marea que responde al llamado de esta noche fría sobre la gran ciudad. Mientras tus manos sujetan mi espalda, se aferran a la única realidad posible y deseada, atrayéndola hacia tu pecho, despreocupadas e indiferentes ante el enorme universo de materia por explorar.
Porque no existe nada más. Sólo está el ritmo del piano marcando la cadencia de nuestros besos, de las mordidas suaves y el dolor placentero. De mis uñas diciéndoselo a tu cuello, de tus dientes probándolo en mis pezones, de mis manos metidas en el mar de tu cabello.
Sólo estamos tú y yo en medio de este aire acalorado, de esta atmósfera compuesta de un lenguaje primitivo inequiparable a un te amo o a la trivialidad de los amaneceres fríos. Estamos haciendo un mundo, uno solo para ambos, compartiendo un cuarto de hora o el cuarto en una hora, entregándonos.
Sin tiempo, sin meditaciones ni poesía. Sin reparaciones en los besos de leche, en las corrientes acuosas que se encauzan con tus labios y mi centro, con mi boca y tu origen.
Nos remontamos a la melodía del contrabajo, conociéndonos a fondo. Estando en plenitud uno en el otro. Miro tus ojos, presentes en su totalidad, y al tiempo, perdidos en una suavidad hedónica, lejanos en esta pausa afónica. Tus manos sobre mi vientre y tu conciencia concentrada en mi placer, tu filo empuñado entre tus piernas, hiriéndome de muerte. Exhalo un aire consternado, enloquecido y frío. Sucumbes al delirio fúnebre de la danza del zafiro, te mueves despacio para alargar la noche, las cuerdas comienzan a apresurar su ritmo entre respiraciones agitadas y pesadillas entrecortadas, tus dedos apretando con fuerza mis piernas, mis manos rozando límpidamente tus glúteos, y tu carácter gaucho por una vez culminando en la frase más dulce de toda una vida, en mis labios canturreando que seré tuya hasta la muerte.