Arturo Villalobos
Hasta el momento encuentro imposible vencer la escandalosa propensión de las cosas a enredarse. Abro un cajón de calcetines y necesitaré de una paciencia meticulosa para dar con un par aceptable como si pescara en río revuelto, pero peor sucede con el cajón de conexiones cuando busco unos audífonos o un enchufe. Un denso arbusto de cables, aislante y tornillos se desborda apenas abro el cajón, por lo que busco a toda prisa el dispositivo necesario, si es que aún existe y no ha sido engullido por la maraña.
Al principio pensaba que el enredo se restringiría a los cajones y le dejaba reinar en esos espacios tan poco probables de exponerse a la vista ajena. Pero he ido notando que la cocina ha empezado a enredarse justo en la región del fregadero, oponiéndome un desorden tenaz de platos mezclándose con cubiertos, en aleaciones difíciles de quebrar, y comida saturada de agua que se aferra con patitas vegetales y excrecencias parásitas al fondo del sumidero. Pierdo la paciencia con esta casa que se me va enredando, sobre todo cuando duermo y las colchas se trenzan en luchas silenciosas de las que me zafo avanzada la mañana. Tampoco insisto ya en reordenar los muebles de sala.
Es de noche y pronto saldré a las calles del centro que ya sufren cierta curvatura insinuada, aunque nadie me haga caso cuando la denuncio. No entienden que al paso de los años las calles comenzarán a enredarse entre sí, como una pantagruélica telaraña de luces y asfalto, hasta que los autos ya no sepan hacia dónde correr sin encontrarse con sus propios accidentes futuros o con pasadas correrías. Ahora mismo salgo al jardín esperando no encontrarme en el balcón o en otro momento que ya viví dentro de la casa o conmigo mismo dentro de unos días.
Permito que el enredo vaya extendiendo su maleza por el mundo, que contamine el río del tiempo con turbulencias y remolinos, renuncio a pelearle y me dejo llevar por la corriente con la esperanza de algún día volver a lo que era mi casa, si es que ella misma no es tragada por completo, si es que entonces no he olvidado cómo distinguir una casa de otra.