Escuer y Bernal

9 de septiembre de 2011

ABOMINABLE



Fredric Brown

Sir Chauncey Atherton se despidió de los guías sherpas, que iban a acampar allí y dejarle continuar solo. Estaban en tierras del Abominable Hombre de las Nieves, varios centenares de kilómetros al norte del monte Everest, en el Himalaya. Los Abominables Hombres de las Nieves se habían dejado ver ocasionalmente en el Everest y en otras montañas tibetanas o nepalesas; pero el monte Oblimov, al pie del cual dejaba ahora a sus guías nativos, estaba tan lleno de ellos que ni siquiera los sherpas se atrevían a escalarlo; aunque le aseguraron que esperarían allí su regreso, en el caso de que regresara. Había que ser muy valiente para aventurarse más allá de aquel punto. Sir Chauncey era un valiente. Además, era un verdadero perito en cuestión de mujeres, razón por la que se encontraba allí y a punto de intentar, en solitario, no sólo una peligrosa ascensión sino también un rescate aún más peligroso. Si Lola Grabaldi aún vivía, se hallaba en poder de un Abominable Hombre de las Nieves.

Sir Chauncey nunca había visto a Lola Grabaldi en persona. En realidad, hacía menos de un mes que se había enterado de su existencia, al ver la única película cinematográfica que ella había protagonizado, y gracias a la cual se convirtió súbitamente en un personaje legendario, en la mujer más hermosa de la Tierra, en la estrella cinematográfica más encantadora que Italia había engendrado jamás; y sir Chauncey no lograba comprender que siquiera Italia lo hubiera hecho. En una sola película remplazó a la Bardot, la Lollobrigida y la Ekberg como la imagen de la perfección femenina en la mente de todos los peritos del mundo, y sir Chauncey era el mejor perito del mundo. En cuanto la vio en la pantalla, comprendió que debía verla en persona, o morir en el intento.

Pero, entonces, Lola Gabraldi ya había desaparecido. A fin de tomarse unas vacaciones después de su primera película, hizo un viaje a la India y se unió a un grupo de escaladores que pensaban conquistar el monte Oblimov. El resto del grupo había regresado, pero Lola no. Uno de ellos testificó haberla visto, a demasiada distancia para alcanzarla a tiempo, secuestrada, arrastrada a la fuerza por una peluda criatura, más o menos humana, de casi tres metros de estatura. Un Abominable Hombre de las Nieves. El grupo la había buscado varios días antes de darse por vencidos y regresar a la civilización. Todo el mundo coincidía en afirmar que, ahora, ya no había ninguna posibilidad de encontrarla con vida.

Todo el mundo menos sir Chauncey, que inmediatamente había volado de Inglaterra a la India.

Nada pudo detenerle, y ahora ascendía hacia la región de las nieves eternas. Y, además del equipo de alpinismo, llevaba el pesado rifle con el que, sólo un año antes, había cazado tigres en Bengala. Si el arma podía matar tigres, razonaba, también podía matar Hombres de las Nieves.

La nieve se arremolinaba en torno suyo mientras avanzaba hacia la línea de nubes. De repente, a unos doce metros de él, que era hasta donde su vista alcanzaba, divisó una monstruosa figura que no era totalmente humana. Alzó el rifle y disparó. La figura cayó, y siguió cayendo; se hallaba al borde de un precipicio de varios miles de metros de altura.

Y, en el mismo momento del disparo, unos brazos se cerraron en torno a sir Chauncey. Unos brazos gruesos y peludos. Y después, mientras una mano le inmovilizaba fácilmente, la otra le arrebató el rifle y lo dobló en forma de L con la misma facilidad que si se tratara de un palillo, tirándolo después. Se oyó una voz procedente de un punto situado a unos sesenta centímetros por encima de su cabeza.

- Estate quieto y no te pasará nada.

Sir Chauncey era un hombre valiente, pero una especie de gemido fue todo lo que pudo articular, pese a la aparente garantía de las palabras. La criatura situada a su espalada le mantenía tan fuertemente apretado contra sí, que no pudo alzar ni volver la mirada para ver que cara tenía.

- Te lo explicaré - dijo la voz a sus espaldas -. Nosotros, a los que llamáis Abominables Hombres de las Nieves, somos humanos, pero transmutados. Hace muchos siglos formábamos una tribu, igual que los sherpas. Por casualidad descubrimos una droga que nos permitió cambiar físicamente y adaptarnos, gracias a un aumento de estatura, pilosidad y otros cambios fisiológicos, a un frío y una altitud extremos, así como trasladarnos a las montañas, a regiones donde otros no pueden sobrevivir, excepto los pocos días que dura una expedición de alpinismo. ¿Lo entiendes?

- S-s-sí -consiguió articular sir Chauncey. Comenzaba a entrever un rayo de esperanza. ¿Acaso la criatura iba a explicarle estas cosas, si pensara matarle?

- En este caso, continuaré. Nuestro número es reducido, y cada día lo es más. Por esta razón ocasionalmente capturamos, tal como te hemos capturado a ti, a un alpinista. Le damos la droga transmutadora, sufre los cambios fisiológicos y se convierte en uno de nosotros. De este modo mantenemos nuestro número relativamente constante.

- P-pero -balbució sir Chauncey -¿acaso es eso lo que le ha sucedido a la mujer que estoy buscando, Lola Grabaldi? ¿Acaso es ahora... peluda, de casi tres metros de estatura, y...?

- Lo era. Acabas de matarla. Un miembro de nuestra tribu la había tomado como compañera. No nos vengaremos de ti por haberla matado; pero ahora debes ocupar su lugar.

- ¿Ocupar su lugar? Pero... yo soy un hombre.

- Me alegro de que lo seas - dijo la voz a sus espaldas. Se vio obligado a girar bruscamente, y se encontró frente a un enorme cuerpo peludo, con la cara al nivel de dos montañosos senos peludos.

 -Me alegro de que lo seas... porque yo soy una Abominable Mujer de la Nieves.

Sir Chauncey se desmayó, siendo inmediatamente recogido y alzado en brazos, con la misma facilidad que si de un osito de juguete se tratara, por su nueva compañera.