Miguel Antonio Lupián Soto
Solovino anhelaba dormir de largo aunque sólo fuera una vez. Ya no quería ver a los fantasmas, criaturas espectrales y almas en pena que le espantaban el sueño. Deseaba, con todo su corazón, que la muerte ya no se paseara frente a él. Por eso, al darse cuenta que los hombres podían conciliar el sueño noche tras noche, decidió salir en busca de un par de ojos humanos. Después de dos semanas regresó con sus nuevos ojos. Miró para todos lados… ya no veía cosas inexplicables. Por fin podría descansar. Se echó dispuesto a dormir de largo. Pero tan pronto cerró los ojos, escuchó el chapoteo viscoso, el reptar, el aleteo y el quejido de los fantasmas, de los seres espectrales y de las almas en pena. La risa de la muerte reverberaba en su cabeza. Solovino no había considerado que seguía teniendo sus orejas de perro. Suspiró y salió en busca de un par de orejas humanas.