Escuer y Bernal

11 de junio de 2009

NEURO

Arturo Villalobos

Con bastante frecuencia tenemos dolores de cabeza. El médico nos dice que se llaman neuralgias. Cerramos las ventanas, detenemos los relojes, obstruimos los oídos. Pero las neuralgias parten desde el centro de nuestro ser y se extienden más allá de nuestro cuerpo hasta hacer vibrar el aire como en un día de intenso calor o como ante un espejismo del asfalto. Es en esos momentos cuando comprendemos que sólo un hilo, aunque sea de acero, nos ata a la vida. El médico nos extiende una receta –papel blanduzco colgando de su mano, molusco blanquecino garabateado– y pagamos lo que podemos. Nunca estamos del todo reconfortados y nos retiramos aferrándonos al hilo, procurando no pensar, ni ver, ni escuchar, decididos a pasar largos días en nuestra habitación, mirando a veces el resplandor que surge del cortinaje en la ventana como si no surgiera del día ahí afuera, como si alguien lo hubiera puesto para serenarnos, linterna esparcida enmedio de la oscuridad. No es una regla, pero en algunas noches de intensa neuralgia tenemos que atarnos de pies y de manos.