Escuer y Bernal

22 de junio de 2009

CONEJO

Alberto Chimal


No tengo nada contra ellos como personas, es decir, si se puede hablar así de los conejos. Pero son muchos. Muchísimos. Y dañinos. No hay que investigar demasiado para darse cuenta de esto. Quiero decir, si se les deja libres en cualquier sitio, y quiero recalcarlo en CUALQUIERA..., se reproducen como..., como conejos. Por eso decimos así y no como cucarachas o como otro animal.


Y se vuelven miles, y millones, y acaban comiéndose la comida de todas las otras especies, y matándolas de hambre, y destruyendo todo. Es terrible. No respetan nada. Nada les importa. Y ni siquiera tienen que ser muchos.


Australia, por ejemplo, se arruinó por dos conejos que alguien dejó allá. DOS CONEJOS. Luego ya no había espacio para nadie, ya no había plantas, ya no había nada... Y todo estaba lleno de excremento y porquerías... Está en los libros. No es ningún secreto.


Y yo, por lo menos, no me puedo quedar cruzado de brazos. Todo mundo dice que las personas comunes no podemos hacer nada por tratar de cambiar al mundo, pero no es cierto. Sí podemos. No somos del todo impotentes. No podemos hacer mucho, por eso la gente se desanima, pero si todos hacemos nuestra parte..., si ponemos nuestro granito de arena, como se dice...


Yo, por ejemplo, me dedico a matar conejos. De uno en uno, porque no tengo muchos recursos y no puedo hacer como yo quisiera, es decir, envenenarlos por millones con algún gas o algo por el estilo, pero hago lo que puedo. Y además no lo hago rápido: tengo que ser lento porque si se mueren y ya, no tiene sentido. En cambio, si sufren queda el escarmiento: los conejos que sobreviven se horrorizan y aprenden a temernos. Esto es algo muy importante aunque sea algo feo. Yo no niego que lo sea. A mi no me gusta. Pero debe hacerse. Es lo que pienso siempre cuando ya tengo al conejo listo, es decir, atado a la cama del cuarto especial con todas las puertas y ventanas cerradas y la música a todo volumen.


Por eso, primero que nada, le hago saber que va a ser ejecutado y le explico por qué. Para que no crea que voy sólo a jugar o que tengo motivos personales.


Luego empiezo. El proceso es muy largo, muy tedioso, y francamente muy desagradable. Pero hay que hacerlo. Y creo que no lo hago mal. Por ejemplo, puedo sacar un hueso sin hacer más que un corte o dos, y sin destrozar los músculos. Y puedo desprender grandes pedazos de piel sin que se rompan...


En fin. Al final tengo lo siguiente: por un lado el tórax, por otro lado todo lo que está dentro del tórax, por otro más todo lo que está conectado con el tórax; entonces corto todas las articulaciones, pongo aparte cada trozo, y me ocupo de la cabeza: arranco todos los dientes, saco los ojos y la nariz, y la rasuro toda, hasta las cejas y las pestañas. Y tomo las fotos. Generalmente uso rollos de 36 exposiciones. Cuando termino tiro los restos al tanque del ácido y me voy al cuarto oscuro. Cuando termino en el cuarto oscuro, el tanque ya está listo para vaciarse, y lo vacío.


Entonces me baño, me visto y voy a alguna oficina de correos para enviar algunas de las fotos, las mejores, a la casa del conejo, para sus parientes. Es la parte que más me gusta, porque los imagino cuando les llega el envío, y porque luego hay que empezar otra vez: buscar otro conejo, seguirlo, averiguar su dirección, vigilarlo hasta conocer sus hábitos. Eso es todavía más largo y tedioso y todo.