Escuer y Bernal

29 de abril de 2010

EL ENVIADO

Javier López


Él había traído un mensaje de paz. Su rey se rendía, sin condiciones, ante nuestro pueblo. Sin embargo, durante cuatro años más siguió derramándose sangre, de manera tan abundante como estéril. Todo por la costumbre de matar al mensajero.

20 de abril de 2010

GREGUERÍAS

Ramón Gómez de la Serna





En el fondo de los espejos hay un fotógrafo agazapado.



El Creador guarda las llaves de todos los ombligos



El Pensador de Rodin es un ajedrecista a quien le han quitado la mesa.



Tocaba las llaves que llevaba en el bolsillo para llegar más pronto a su casa.



A las tijeras les sacaron los ojos otras tijeras.



Los bostezos son oes que huyen.



Hay un momento en que el astrónomo, debajo del gran telescopio, se convierte en microbio del microscopio de la luna que se asoma a observarle.



El femenino del "otro yo" es el "otro ya".



El que juega dados parece tirar al aire los huesos que le sobran.



Después de comer alcachofas el agua tiene un sabor azul.



Los ríos no saben su nombre.



La bufanda es para los que bufan de frío.



El hielo se ahoga en el agua.



El tapón del champán es como una bala fracasada.



Un paso más en la evolución del bombero, y se convertirá en buzo. ¡Pero eso tardará por lo menos diez mil años!



Hay frases que exigen que se las escriba sin explicaciones: "El pulpo encadenado"... "El esqueleto alegre del teatro"... "Los helechos padres de la niebla", etc.



Los chinos escriben las letras de arriba abajo como si después fuesen a sumar lo escrito.


El Coliseo en ruinas es como una taza rota del desayuno de los siglos.



Al serrar una madera suena el pato que llevaba dentro.



Un tren de mercancías que pasa es el etc. etc. etc. etc. etc. en movimiento.



En la noche helada cicatrizan todos los charcos.



En la manera de matar la colilla contra el cenicero se reconoce a la mujer cruel.



El que llama a los delitos "hechos delictuosos" es uno de esos que beben "bebidas espirituosas".



Golf: juego para ratones que se han vuelto ricos.



Aquel despacho olía a libros malos.



Tenía ojos de botón bien cosido.



La pulga hace guitarrista al perro.



El ventilador afeita el calor.



Hay ventiladores que se sienten obispos y no hacen más que dar bendiciones a su alrededor.


El arcoiris es la cinta que se pone la naturaleza después de haberse lavado la cabeza.


En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado.



En el papel de lija está el mapa del desierto.



El pez está siempre de perfil.



El gato es una gárgola que se pasea por casa.



La mariposa lleva a su gusano de viaje.



Todos los pájaros son mancos.



El libro es un pájaro con más de cien alas para volar.



El poeta miraba tanto al cielo que le salió una nube en un ojo.



Los rosales son poetas que quisieron ser rosales.



Escribir es que le dejen a uno llorar y reír a solas.



Escribir con lápiz es marcar sólo la sombra de las palabras.



Sólo el poeta tiene reloj de luna.



La luna es un banco de metáforas arruinado.



Era un pintor tan viejo que se le habían quedado calvos los pinceles.



Al inventarse el cine, las nubes paradas en las fotografías comenzaron a andar.



Las palabras con puntos suspensivos resultan aderezadas con guisantes.



Los andrajos son peores que los harapos porque no tienen hache.



La Q es un gato que perdió la cabeza.



Pingüino es una palabra atacada por las moscas.



El murciélago vuela con la capa puesta.



El cocodrilo es un zapato desclavado.



¿Y si las hormigas fuesen ya los marcianos establecidos en la tierra?



Ningún pájaro ha logrado sacar las manos de las mangas de las alas, salvo el murciélago.


La serpiente mide el bosque para saber cuántos metros tiene y decírselo al ángel de las estadísticas.

14 de abril de 2010

EL VENDEDOR

Laura Franco Scherer


Con los zapatos rotos, los pantalones raídos y el sombrero estratégicamente acomodado para ocultar su escasa cabellera, el nervioso vendedor esperaba a que la legendaria Condesa de Veliná lo recibiera. Ya era tarde y no había vendido nada, las tripas chirriaban en su estómago vacío cómo si éste fuera el escenario en donde un par de gatos se debatían a muerte. Su hambre era un hambre añeja, pues la vida de vendedor nunca le había sentado adecuadamente. Si bien había tenido mejores tiempos, la insaciable crisis económica, de la que se decía tenía alcances siderales, le había arrebatado a su mejor clientela. Su única esperanza era la decadente, achacosa y enjuta Nivea de Veliná, famosa por sus caprichosas excentricidades y su generosidad económica.


Ataviada con una chocante bata de seda multicolor que se le escurría de los hombros y unas pantuflas de felpa carmesí, la diminuta Nivea se frotaba las artríticas manos sin ocultar su excesivo entusiasmo. Finalmente lo hizo pasar al pequeño salón rojo, destinado a las visitas. La habitación estaba tan saturada de objetos que el estilo art decó se había perdido desde hacía mucho tiempo. Caminar ahí adentro requería destreza para no derribar alguno de los tesoros apilados o golpearse la cabeza con algún trofeo de cacería. Desde luego que el mayor riesgo era el de tropezar con alguno que otro mueble que no había encontrado un mejor lugar sino el de estorbar el paso. La falta de luz lo hacía todo más difícil pues un inmenso librero estilo León IV había tenido que ser colocado frente al ventanal haciendo necesario encender las lámparas de día y de noche.


El vendedor con su lustroso bolso de piel negro en la mano, observó la habitación detenidamente hasta que por fin descubrió a su clienta en el fondo apoltronada en un mullido chaise longue de tono rubí encendido, el cual se decía había pertenecido nada más y nada menos que a la esposa del Rey Agrifino II. El excesivo maquillaje en la delicada y frágil piel de la anciana, junto con su sofisticado peinado de chiffon, hacían que ésta luciera francamente ridícula y vulgar. Pero nada más alejado de la verdad sobre la fina Condesa, la cual con un exquisito ademán dejando ver su distinguida educación, encendió un largo cigarrillo al tiempo que se acomodó las gafas adornadas de diminutos brillantes. Enseguida cruzó la pierna y con un gracioso vaivén empezó a mecer el pie de manera rítmica, mostrando a todas luces que estaba conteniendo su desbordada ansiedad en espera de que el vendedor le mostrara su exclusiva mercancía.


La Condesa tenía más de 100 años y en toda su vida no había sido nada más que una compradora compulsiva. Compraba antigüedades, porcelanas, libros viejos, ropa de diseñadores famosos y una que otra prenda de diseños más libres, muebles antiguos y otros no tanto, sombreros, paraguas, perfumes, bolsas, naipes, alfombras y joyería, sobretodo joyería, las perlas y los diamantes la enloquecían. Antes de que el hombre pudiera encontrar un lugar disponible para sentarse, el mayordomo entró al salón anunciando que la cena estaba servida. El vendedor apretó los labios y miró a la anciana angustiado, pensó que tendría que irse o en el mejor de los casos esperar otro rato más hasta que ella terminara de cenar. La anciana se puso de inmediato de pie, pues a su edad sólo el hambre superaba su compulsiva pasión por las compras. Mirándolo fijamente le dijo.


-Querido, quedaría muy complacida si me acompaña a cenar, más tarde me mostrará lo que vende.


El vendedor no pudo negarse, los rugidos de su estómago eran cada vez más evidentes. La anciana lo tomó del brazo para poder caminar derecha y juntos se dirigieron al comedor en donde la escena de abarrotamiento era la misma. Haciendo a un lado con sumo cuidado a un par de muñecas austriacas bellamente vestidas y con inexpresivas caras de porcelana, el hombre pudo sentarse a la mesa.


A todo cuanto el criado ofrecía, el hombre decía que sí, mientras la Condesa a duras penas probaba la sopa; apenas dos cucharadas y ya no quiso más porque estaba fría. Sólo probó dos guisantes porque el tercero salió volando del plato sin dejarse atrapar por el puntiagudo tenedor. Un centímetro cuadrado de pescado, dos sorbos de vino blanco y quedó satisfecha. El vendedor sació su hambre con tanta prisa que apenas y recordó a lo que había venido. Con el estómago lleno y una sonrisa de oreja a oreja, ambos regresaron al salón rojo. El hombre entonces acercó su bolso y se lo mostró a su clienta.


-¿Un bolso? -dijo con desilusión la mujer- tengo cientos.


-Ninguno como éste, -dijo el vendedor y de inmediato lo abrió.


Ambos asomaron la mirada hacia el interior y del mismo brotó una gran luz cegadora que iluminó toda la habitación.


-¡Prodigioso! -exclamó la anciana aplaudiendo con emoción- ¡No sé lo qué es pero lo compro, lo compro! ¿Cuánto quiere por esto?


-¡Lo siento, pensé que el bolso estaba vacío! Eso que vio es una estrella y no, no está en venta- antes de terminar de hablar el vendedor se puso de pie se acercó rápidamente a la ventana y por el pequeño hueco que dejara el librero León IV, dejó escapar la gran luz que rápidamente voló hacia el cielo.


-Entonces ¿qué es lo que vende? –preguntó la anciana.


-Bueno, pues precisamente, el bolso.


-Pero qué tiene de particular es un bolso cualquiera –dijo molesta.


-Claro que no –dijo el vendedor endulzando la voz- éste es un bolso mágico. Si le cabe una estrella, imagínese todo lo que podrá guardar en él.


La anciana reflexionó en las palabras del vendedor y meditó un rato su respuesta. Finalmente accedió a pagar lo que éste pedía.


Pasaron las horas y la anciana seguía contemplando aquel bolso. Cómo es que una estrella cabía ahí dentro, se preguntaba una y otra vez. Ya entrada la noche decidió que podría meter ahí adentro sus muebles y así asegurarse para siempre de que ningún ladrón acechará su casa. Y así lo hizo, después siguió con las joyas, la ropa, las alfombras y el bolso no parecía llenarse jamás pues aún se le veía fondo.


A la mañana siguiente la casa estaba vacía, no había nada más por guardar. Despidió a la servidumbre, pues no había nada que limpiar. Repentinamente un gran miedo la sobrecogió ¿y si alguien robara el bolso? Se agobió tanto con la pregunta que decidió meter su miedo al bolso. Sin temor pensó en lo desconfiada que estaría al alejarse siquiera un metro del bolso. Pronto metió su desconfianza al mismo. ¿Y si acaso alguien pudiera...? sin terminar la frase decidió meter también sus dudas. Melancólica se sentó en el suelo frío del ahora vacío salón rojo y recordó a su esposo el Conde de Veliná y sin proponérselo empezó a llorar. Enojada decidió encerrar sus penas, sus recuerdos, sus odios, sus enojos y todo aquello que le molestaba.


Para esa noche ya no había nada que la anciana sintiera, pues todo estaba en el bolso. Tampoco tenía deseos, ni sueños, ni anhelos; al darse cuenta de esto el corazón le dio un fuerte vuelco, pero fue tan sorpresiva la sensación que no le agradó, así que decidió meterlo al bolso, pero era tan complicado desprenderse del corazón con todo y venas que decidió que lo mejor sería meterse completa al bolso.


Tres días después sus sobrinos fueron a su casa preocupados porque no sabían nada de ella. Ni la policía ni el inspector Scoff pudieron encontrarla. Supusieron que unos ladrones habían vaciado la casa y tal vez hubieran secuestrado a la anciana. Contrariados y con el afán de evitar un posiblemente cuantioso pago del rescate, los sobrinos pusieron la propiedad en venta y suspendieron toda búsqueda. Lo único que habían encontrado en la mansión, escondido en el fondo de un armario, era un extraño bolso negro que parecía estar vació, sólo había una pequeña nota en su interior que decía: “En caso de encontrar este bolso favor de devolverlo a…”, los datos que seguían eran el nombre y la dirección de vendedor.


Semanas después pudieron localizarlo para entregarle aquel bolso. Cuando éste llegó ellos narraron lo sucedido y supusieron que los ladrones no se habían querido llevar el bolso por parecerles soso y ordinario. El vendedor entendiendo lo sucedido guardó el más grande de los silencios. Frente a ellos abrió el bolso y fue grande su sorpresa al ver salir de él una enorme masa oscura y densa, tan grande que inundó la habitación, la casa entera, el vecindario completo y también toda la tierra, hasta que por fin llegó al cielo.


-¡Oh, No!, exclamó el vendedor molesto, odio cuando esto sucede el jefe estará furioso… ¡un asqueroso hoyo negro!


Los sobrinos se quedaron perplejos y sin dar más explicación el vendedor con todo y bolso se marchó sin decir adiós, llevaba prisa pues un famoso petrolero árabe lo esperaba esa noche para ver su exclusiva mercancía.

12 de abril de 2010

RESACA

Regina Swain


Ese día amaneció con la cabeza al revés. Claro que se asustó. Claro que deseó no haber bebido tanto anoche. Pero era miércoles y no tuvo tiempo de darle vueltas al asunto. Se puso los zapatos, se maquilló como pudo y salió hacia su trabajo esperando que nadie se fijara en ella. En la oficina todos aparentaron no darse cuenta, pero era como intentar no ver el moco, la mancha roja en la alfombra o la cicatriz espantosa en la cara ajena.


Todos fingieron no verla y después, uno a uno, corrieron a encerrarse en el baño a mirarse al espejo: deseaban que nadie reparara en el tercer ojo, los cuernos o las colas de cerdo que escondían entre sus ropas.

EL COCO

Eugenia Noriega

No puedo dibujar al coco porque nunca lo he visto, sólo lo he sentido en la oscuridad más densa. Oculto bajo su manto me acecha y, a veces, me ataca. No sé qué tamaño tendrá. Cuando lo siento sobre mí lo imagino enorme, de dos o tres veces mi estatura, pero otras veces he pensado que es muy, muy pequeño, como un insecto, porque se puede meter en cualquier lado. Se puede meter en mí. Supongo que puede tomar la forma que más le convenga, según sus siniestros deseos. Tampoco sé qué forma o color tendrán sus ojos, ni cuántos son, pero sé que tiene al menos uno porque he sentido su mirada salaz sobre mí, pesada como un yugo. Y sé que tiene garras, porque me han rasgado la piel, y una cola fría y escamosa que algunas noches enreda alrededor de mí como si quisiera acariciarme, pero en lugar de eso me aprisiona, me oprime y me sofoca. Y también sé que tiene dientes afilados porque a veces, mientras me atormenta, me muerde el cuello o un hombro y así me mantiene quieta. Cuando me muerde me deja sentir su lengua, dura como un aguijón, y su aliento putrefacto. Y su voz no se escucha, se piensa. Su voz es mi voz, seca y áspera, que recita un río constante de horrores en mi cabeza, sin detenerse jamás, hasta volverme loca.

9 de abril de 2010

DOMINGO

Miguel Antonio Lupián


Es día de levantarse de madrugada, de cargar los bultos y meterlos en el carro, de armar el puesto, de permanecer en pie durante diez horas, de comer todo el día naranjas y mandarinas, de no poder ver jugar a las chivas… Es domingo.


Domingo se pregunta si el cuchillo ha perdido su filo o si su fuerza ha menguado después de dos horas de partir cuerpos pulposos En cualquiera de los dos casos, tiene que afilarlo en sus escasos minutos de descanso.


Después de tres horas, la piel de su palma derecha se empieza a adelgazar tornándose doloroso el contacto con el cuchillo. Sabe que es inútil detenerse y sobarse la palma; dentro de algunos minutos se llenará de pus y se convertirá en ampolla. La retira pellizcando los bordes del abultamiento y dejando a la vista la sonrojada piel del monstruo que vive dentro de él. Se coloca una curita y evita limpiar con sus dedos pegajosos y atiborrados de pulpa el par de lágrimas que escurren por su rostro.


El sol cae a plomo. La lona que lo cubre solamente intensifica lo rojo de su playera y de sus mejillas, le dificulta diferenciar rápidamente entre una naranja y una mandarina y lo hace sudar copiosamente. Domingo entrecierra los ojos y el cuchillo corta cada vez más cerca de sus pequeños dedos. Se despabila al recordar las cicatrices en su mano. Le da un trago al jugo, revisa la curita y vacía otro bulto de naranjas.


Se entretiene pensando que pronto comenzará el partido de las chivas. Se imagina saliendo a la cancha al lado del chicharito y del bofo. Su nombre estampado en el dorso de la playera y todo el estadio ovacionándolo. La mano tosca de su padre buscando la fruta partida derrumba su sueño. Sabe que si no la encuentra rápidamente, el siguiente movimiento será un golpe en la cabeza.


"Uno grande de mandarina". La voz le resulta familiar y levanta la vista. Se trata de Víctor acompañado de su mamá, la Señora González. A pesar de que evitan la mirada, Domingo se da cuenta de que Víctor le susurra algo a su mamá. Sabe que le está contando que van en el mismo grupo, que reprobó segundo año y que le dicen el mandarino.


La Señora González le regala una sonrisa amable contaminada de condescendencia. Víctor ríe por lo bajo. Domingo siente palpitar su palma derecha. La curita se cae y el monstruo lo mira con su único ojo. Los dedos de Víctor y los de la Señora González descansan lánguidamente sobre la mesa: limpios, rosados y frágiles. Coge el cuchillo.


Lo levanta y corta de un solo tajo. Víctor cierra los ojos, la Señora González grita, Domingo sonríe. Víctor llora, la Señora González palidece, Domingo sonríe. Víctor corre, la Señora González se desmaya, Domingo sonríe.


Los dedos mutilados se retuercen como gusanos entre la pulpa y las cáscaras. Domingo los observa con indiferencia, suelta el cuchillo y se acuesta sobre un costal de naranjas. Cierra los ojos.


Abre los ojos. Paredes blancas descarapelándose, loseta gris apestando a desinfectante y tres camas individuales separadas por una cortina manchada. Arrastra sus pequeños pies desnudos hacia el pasillo. Colgando de una pared se encuentra un viejo televisor transmitiendo el partido de las chivas. Se sienta en el suelo, limpia las lágrimas con su mano vendada y disfruta el resto del domingo.

7 de abril de 2010

FACEBOOK

Nina Femat


Un buen día, sin previo aviso, desapareció facebook. Todos creímos que se trataba de un virus, o de la fabulosa broma de unos hackers rusos; el caso es que todos los intentos por reactivar el sitio fueron inútiles. Varias semanas después, Mark Zuckerberg fue encontrado muerto en su bañera; los médicos mencionaron ciertos problemas cardiacos… Pasó el tiempo; nuevas redes sociales comenzaron a aparecer como hongos por toda la red, pero eran abandonas casi de inmediato por los escasos usuarios entusiastas. Algunos regresamos a los viejos placeres, el romance, la lectura, las largas caminatas por los parques; otros se hicieron drogadictos o se metieron en sectas extrañas, no fueron pocos los suicidios. Para fin de año, facebook se había olvidado como se olvida un sueño. Lo que sólo yo sé, es que facebook sigue funcionando pleno y resplandeciente… cientos de miles de millones de mensajes se publican por segundo, se etiquetan fotos, aparecen corazones y besos en los muros, se ganan guerras de mafias y crecen las granjitas. Libre de pcs, macs y demás tecnologías obsoletas, facebook seguirá funcionando millones de años después de que desaparezcan los últimos hombres.

5 de abril de 2010

HORRESCO REFERENS

Arlette Luévano


Un pájaro te busca y poco puedo yo hacer. No depende de mí la salvación. Qué más quisiera que poder tomarlo de las garras y colgarlo al fondo de la habitación donde nadie lo imaginara, donde se secara con el tiempo. Pero el pájaro está aquí.


Es un pájaro verde, de basta piel violenta, un pájaro que guarda su pico bajo las alas. Es un pájaro pequeño que tiembla de impaciencia ante ti.


Es un pájaro silvestre, sin navegación. Un pájaro que duerme y te sueña. Un pájaro sediento.


Un pájaro nacido en rocas legamosas. Un pájaro con canto de platino en polvo en severa asfixia. Un pájaro que se deja caer para alcanzarte.


Reza porque este pájaro no te atrape, porque no vuelva a acercarte a ti. Ruega porque salga tu imagen de su arañado corazón, porque en noches de luna no te aseche en el zaguán. Reza los padres tuyos, guárdate bajo las mantas. Yo no pudo prometer más que cerrar los párpados bajo mis manos.

2 de abril de 2010

GOURMET

Jorge Márquez


Cayó en mi lengua lasciva la última gota. Su dulce sabor a sal se olvidó en mi paladar como un mar evaporado. Traté de exprimir todavía más la jugosa carne, convertida en un manojo de secas tripas. Pero el rojinegro vino que por azar quedaba, ya se había convertido en quebradizas manchas oscuras. Arrojé a un lado el corazón vacío y reventé entre mis dientes un ojo que parecía llorar todavía.