Escuer y Bernal

10 de junio de 2009

ADEFESIO

Paloma Zubieta López


La odiaba. Nunca entendió cómo alguien podía ser tan popular. Codiciaba esa posibilidad de brillar constante, que no pasaba desapercibida en ningún lado. Un día, se decidió. Adquirió lo necesario y llegó a casa con varias bolsas. Cerró todas las ventanas y colocó los preciados objetos sobre la mesa. Se tomó una botella de whiskey y fue entonces cuando estuvo seguro de iniciar. Tomó la jeringa de dentista y, con poca destreza, la clavó en un lóbulo de su oreja izquierda. Unas gotas de sangre cayeron sobre el lavabo cuando con una aguja desinfectada, introdujo un hilo que quedó colgando. Repitió el proceso con la otra oreja. Usó cera para depilar brazos, pecho y piernas; luego siguieron la cara, las axilas y el cuello. Se tiñó el pelo con un tono rojizo, como el de ella. Se puso nalgas y tetas de silicón. Tardó una hora más en maquillarse. Se fue vistiendo: primero las medias, luego la ropa interior, después la minifalda, la blusa y al final, los adornos. Una chamarra de cuero negra, tacones y rouge rojo en los labios. Se miró al espejo complacido y se fue al bar cercano. Cuando entró, todo ocurrió al revés y en vez de besos y caricias, recibió una paliza. Despertó en la madrugada, con la cabeza adolorida y el cuerpo deshecho en un callejón. Se arrastró hasta casa lamentando que, a pesar de todos sus esfuerzos, él parecía no estar, siquiera, un poco más cerca de convertirse en alguien tan perfecto como ella.