Nina Femat
Como siempre, salimos a comer a
las dos en punto, Jaime, Lula, Yolanda, el licenciado Gutiérrez y yo. Nos sentamos
en la mesa de la fonda, sopa de pasta, arroz, guisado con ensalada, postre,
cuarenta pesos. Plátano o huevo estrellado en el arroz, tres pesos. El licenciado
Gutiérrez, jefe de todos los demás, se espera a que nos terminen de servir el
agua de limón, se afloja la corbata, se pasa la mano por el pelo y dice “como
les iba diciendo, mantenerse en el liderazgo no es cuestión sólo de solvencia, no
señor, son muchas las variables que…” Me sirven la sopa, hay una pequeña mosca
azul agonizando entre fideos y cubitos de zanahoria. El licenciado Gutiérrez
guarda silencio, todos me miran. Tomo la cuchara, la meto en la sopa, cierro
los ojos, abro la boca y trago la cucharada con todo y mosca azul, siento el leve
movimiento de las patas y las alas en mi garganta, abro los ojos y digo “bzzzz…”
Al día siguiente, a las dos y
diez estoy sola en la mesa de la fonda. Dos mesas más allá, el licenciado Gutiérrez
les explica algo a Jaime, Lula y Yolanda. Nadie me mira. Creo que es tiempo de
buscar otro trabajo.